miércoles, 16 de febrero de 2011

A un año de la pueblada de Andalgalá


A un año de la represión en Andalgalá: entre dolores y alegrías.
Horacio Machado Aráoz
Be.Pe. - Colectivo Sumaj Kawsay – AsaNoa - UAC

En estos días recientes, en varias plazas de distintas localidades de la región nos auto-convocamos y re-encontramos para recordar un año de la brutal represión que el gobierno actual de la provincia de Catamarca ordenara contra los asambleístas de El Algarrobo, asentados en un camino vecinal para impedir el paso de maquinarias mineras al cerro donde están las nacientes de sus aguas. En la ciudad Capital de la provincia, en Tinogasta, en Belén, en Santa María, en San Pedro de Colalao y otras localidades de los Valles Calchaquíes, en la capital tucumana, y por cierto en la misma ciudad de Andalgalá se realizaron diversos actos de conmemoración. La música, la poesía, las palabras, los abrazos emocionados y las banderas de siempre le dieron forma y contenido a las Jornadas.
Las jornadas de conmemoración tuvieron un clima ‘raro’, en parte festivo, en parte de congoja. Es que un sabor agridulce marcó y dejó este año transcurrido. Por un lado, la alegría y la esperanza de un pueblo que se puso de pie con firmeza y determinación para defender su territorio y su autonomía política. Alegría que nace del coraje de ver a un pueblo sosteniendo una larga lucha para reclamar que se escuche su voz, que se respete su elemental derecho político a decidir sobre su propio territorio y los bienes ecológicos que de él dependen. Alegría que nace también de la rebeldía; rebeldía firme y sostenida, esa que brota de las convicciones y que no se presta al juego de ‘las negociaciones’ ni se deja ‘seducir’ por los cantos de sirenas de las ‘conveniencias’ y las ‘oportunidades de negocio’. Alegría y esperanza en tanta juventud, en tantas mujeres, varones, niños y mayores con conciencia y movilizados por la defensa de algo tan elemental y justo como las fuentes de vida, presentes y futuras: el agua, el suelo, el aire, la biodiversidad, la propia salud de las poblaciones. En fin, alegría y esperanza por la maduración política de nuestras sociedades locales.
Sin embargo, los encuentros de estos días no dejaron de estar marcados también por sentimientos antagónicos de tristeza y dolor. Una amarga y profunda bronca que nace de la impunidad persistente; una impunidad tan brutal como la de la violencia ejercida aquel 15 de febrero de 2010 por el grupo de ‘tareas especiales’, Kuntur de la policía provincial. La soledad de la condena social a los responsables, no acompañada por el juzgamiento institucional a quienes ordenaron y ejercieron la represión contra su propio pueblo: el todavía ministro de Gobierno, Javier Silva, los impresentables funcionarios de la Justicia, Rodolfo Cecenarro y Marta Nieva, y por cierto, el responsable principal y de última instancia, el gobernador Brizuela del Moral. A decir con precisión, no se trata sólo de impunidad. Se trata más bien de una justicia ‘al revés’, una justicia invertida, propia de un entorno colonial donde todo está ‘patas para arriba’, ya que, lejos de investigar y enjuiciar a los responsables de la represión, se dedicó a criminalizar y judicializar a los propios vecinos, ciudadanas y ciudadanos, movilizados en el ejercicio legítimo de sus derechos.
Bronca y dolor por la impunidad; bronca e indignación por la criminalización. A la represión policíaca, le siguió el hostigamiento y la persecución judicial. Justicia al revés; democracia al revés. Representantes del pueblo que no escuchan la voluntad popular. Que más bien, se muestran como serviciales inescrupulosos de los poderes fácticos y que diligencian los intereses de los saqueadores a costa del atropello de su propio pueblo. Rara democracia esta, donde los plebiscitos son ‘inconstitucionales’, y los intereses de los inversionistas cuentan más que los de los ciudadanos. Paisaje desolador de atropellos; de violaciones a la ley, y en ‘nombre de la ley’; de violencias materiales y simbólicas; de derechos vulnerados y democracia secuestrada.
En los contextos coloniales, la impunidad es crónica y la injusticia endémica. Por saberlo -y por sentirlo-, quienes nos auto-convocamos, re-vivimos y re-sentimos el dolor. Recordamos (que, más propiamente que nunca, significa ‘volver a pasar por el corazón’) el dolor de los hermanos y hermanas reprimidos; golpeados; baleados; heridos… Se trató, por eso, también, de una jornada de luto recordado. Una jornada marcada por la bronca y la indignación; con lágrimas y dientes apretados; de dolor y de rabia. Digna rabia, como dicen en la selva lacandona.
Ante tanto dolor, el encuentro, los abrazos, las manos enlazadas, los cantos y los bailes, las palabras que fluyeron y las que no llegaron a ser pronunciadas, fueron un intento colectivo por conjurar los sentimientos de impotencia que, a veces –tantas veces-, embargan a los cuerpos en condiciones de luchas tan desiguales. Un acto de sanación colectiva ante tanto dolor. Se hizo memoria y se construyeron también nuevos aprendizajes. A pesar de todos los pesares, con el paso de los ritmos y las rimas, la esperanza y la alegría fueron venciendo la amargura de las injusticias acumuladas.
Un sentimiento de dignidad rebelde renovada fue re-tomando las plazas. Nada más temido para el poder que un pueblo consciente de sus derechos y de su historia; que se sabe y siente dueño de su pasado, protagonista de su presente y custodio de su futuro. Orgulloso de sus medios y formas de vida. No dispuesto a tolerar intrusiones.
Más allá de los obscenos gastos publicitarios de las mineras; de las burdas patrañas del poder por ‘adecentar’ el saqueo y maquillar los efectos de la devastación socioambiental; de informes pseudo-científicos pagados para ‘constatar’ la inocuidad de las explotaciones; una porción significativa y creciente de nuestra sociedad está ya suficientemente informada y con plena conciencia de los impactos ambientales, económicos, culturales y políticos de la minería transnacional a gran escala. Hay una abismal diferencia al contexto del inicio de la explotación de Alumbrera: ahora, el pueblo ‘sabe de qué se trata’. Muchos se callan todavía, algunos por temor; otros (pocos) por ‘jugosas conveniencias’; otros, por simple comodidad. Pero una parte significativa y creciente de nuestro pueblo ha ido venciendo barreras; está decidida, consciente y dispuesta a la movilización. Eso, que es visto como amenaza y con temor por el poder, es para nosotros motivos de renovada esperanza.
Porque hay un pueblo de pie. Decidido a escribir su propia historia; no a ‘copiar lo que le dicten’. Porque sabe que en la defensa de su suelo y de su agua, va también la defensa de su soberanía. Porque no está dispuesto a la entrega sacrificial de su tierra en nombre de espejismos desarrollistas. Porque no está dispuesto a tolerar ni la devastación ecológica-económica, ni la colonización cultural, ni el secuestro de la democracia. Porque frente a la inteligencia y la imaginación raquítica de los políticos del sistema, que no atinan a pensar ‘otra alternativa’ que la mediocre ‘administración’ del soborno fiscal de las mineras, hay un pueblo que sabe, siente y puede imaginar y proyectar otros mundos posibles.
Catamarca, 16 de febrero de 2011.