sábado, 22 de junio de 2013

Brasil, Curitiba, Jorge Montenegro

ESTO NO HAY QUIEN LO ENTIENDA… Jorge Montenegro “Esto no hay quien lo entienda”, ha sido la frase más repetida durante el debate que hemos organizado hoy por la tarde aquí en Curitiba-Paraná, sur de Brasil, en torno a lo que significan las movilizaciones que están sacudiendo a Brasil en los últimos días. Entre el grupo de personas que estábamos discutiendo había gente joven y gente que lo fue en otros tiempos similares, gente que acompaña a los movimientos y gente que los mira desde una distancia próxima, gente que llegó a la universidad desde la periferia y gente que llegó a la periferia desde la universidad… pero lo que se escuchó una y otra vez es: “Todo es muy extraño”… Y es que había en el debate una sensación generalizada de amargura, de desencanto… pero también de recelo e incluso de pánico por el sesgo que los acontecimientos están tomando en las últimas movilizaciones. En esta ciudad dominada por el conservadorismo, en esta autocomplaciente Curitiba del orden y el progreso fruto del trabajo de los emigrantes europeos, hoy, viernes por la tarde, antes de la tercera gran manifestación, el miedo se comía por los pies al asombro eufórico del lunes, cuando ni los más optimistas podían creer que casi 20.000 personas estaban en la calle (una situación fuera de lo común en esta ciudad de casi dos millones). Una soleada disrupción en el final del frío y lluvioso otoño curitibano. Sin líderes, sin plataforma amplia y conjunta, sin nada que recuerde los viejos tiempos de la política… la gente estaba en la calle para protestar, para exigir, para sentirse viva en un país con una clase política donde dominan los muertos guardados en los armarios y donde los verdaderos milagros, económicos por supuesto, son cosa para cuatro elegidos, que por supuesto nos los necesitan. Pero ayer, jueves, algo hizo crac para mucha gente, y no apenas aquí en Curitiba. Amigos reales o del tipo facebook contaban desde São Paulo, Río de Janeiro o Porto Alegre que realmente las cosas estaban extrañas (erre que erre con esa cuestión). Mensajes y personajes fuera de lugar que en días anteriores parecían hacer parte del paisaje necesariamente diverso de una protesta a rienda suelta, el jueves dominaban el cotarro. La repulsa a la presencia de los partidos políticos, pero también a los movimientos sociales, no parecían más el sentimiento espontáneo del hartazgo, se convertían en una consigna que negaba la historia junto con las banderas, que negaba los líderes que se acomodaron al discurso de lo posible, junto con el poso evidente, dulce o amargo, de la experiencia de ese proceso. Hoy viernes no fue muy diferente. El desencuentro de las demandas y de las agendas, también fue el desencuentro de las manifestaciones. En la que yo de pronto me encontré (o me perdí), la gente gritaba sobre todo por cuestiones ligadas a la reforma política, a la necesidad de reforzar un judiciario que marque de cerca al gobierno, de fortalecer elecciones digitales, ampliando supuestamente la democracia. Sorprendentemente esas eran las mayores reivindicaciones, aderezadas con críticas a la presidente Dilma o a la cantidad de impuestos que se pagan e el país… y, por supuesto, todo con el fondo verde y amarillo de las banderas de la nación y con cánticos que enarbolaban el orgullo de ser brasileño. Mientras por la noche recorríamos el centro de la ciudad, un ningún momento se gritó contra las obras sobrefacturadas del Mundial o las que nunca van a ser realizadas. No hubo críticas al modelo de desarrollo escogido, que avanza en todos los territorios del país, expulsando indígenas, campesinos o poblaciones tradicionales. Tampoco se retomó la discusión sobre el transporte público-> u otros servicios públicos. Y, claro, la consigna anti-partidos y anti-movimientos se mantuvo o por lo menos nadie se atrevió a transgredirla abiertamente. Precisamente esa había sido la bronca mayor de nuestra discusión por la tarde, antes de la marcha. La oportunidad de pararle los pies a unos políticos y a una política que no representan los anhelos de nadie, se servía acompañada de hacerle el juego a una derecha mediático-político-partidaria. ¿Por qué la Rede Globo, genéticamente golpista, le hace el juego a los manifestantes que claman contra la corrupción del gobierno? ¿Por qué se coloca en la carrera por las elecciones presidenciales del próximo año al martillo ético del Partido dos Trabalhadores, presidente del Tribunal Supremo Federal, Joaquim Barbosa, al que el casi creado Partido Militar Brasileño> arrulla para que sea su candidato a la presidencia? ¿Quién son esos recién llegados al ámbito de la movilización social que se proponen moralizar el país a base de hacer callar a los que siempre se comprometieron con la transformación mucho más allá de la moral? Pero, claro, todo lo contrario también podía ser verdadero. Frente al estupor de un gobierno fuera de foco, preocupado en posar para la foto del éxito rotundo, el fantasma del golpe podría estar siendo usado como mera estrategia para ganar tiempo. Tal vez no sea perfecta, tal vez ya estaba desgastada de tanto ser usada en los gobiernos de Lula, pero ayudaría a ganar el tiempo necesario para volver a la artificiosa normalidad construida a base de coaliciones políticas espurias y discursos y prácticas de un desarrollo sin sentido. El rechazo frontal a una derecha falazmente moralizadora está siendo servida, así, acompañada del miedo del golpe militar o parlamentar. No es ni mucho menos una situación nueva o desconocida. Al fin y al cabo, hoy por la tarde estábamos discutiendo de esos dilemas irresolutos que recorren los caminos de toda América Latina por doquier y en cualquier época. Que atenazan los movimientos, pero también los engrandecen, los desafían, los obligan a caminar, a parar, a saltar (no necesariamente adelante). Al fin y al cabo, me parece que nos tropezamos con varias preguntas recientes (que en verdad son la misma, pero formulada de diferentes formas). Cuestiones recientes aunque viejas por repetidas: ¿cómo continuar haciendo política en estos tiempos sin jugar a la dicotomía negadora de todo lo nuevo que significa atrincherarse para defender a los gobiernos que se dicen progresistas contra una revolución ética y moral impulsada por una derecha que nunca tuvo ni ética ni moral? ¿Qué política se puede hacer en estos momentos por fuera de estos moldes que ahogan, que cansan, que anulan? ¿Hacia dónde nos salimos cuando ya no podemos continuar paseando juntos por las calles con personajes y mensajes que son incompatibles con lo que pensamos o con lo que criticamos? Son preguntas de verdad, no son retóricas. Son preguntas para resolver desde la convivencia y el compartir… quizá estos sean dos de los caminos sobre los que pensar esas nuevas políticas… IMPRESIONES Hay una energía disruptiva en toda esa movilización que ha conseguido descolocar completamente a las victorianas formas de hacer política, y que se refleja en las actitudes huecas de los gobiernos, sean federales, de los estados o de los municipios. Desconfío que en esos ámbitos tampoco nadie entienda lo que pasa, pero eso no quiere decir que se van a quedar viéndolas venir. La concesión de bajar las tarifas del transporte apenas inicia el rearme y el contraataque. ]-->Hay dos lecturas de la “joven” sociedad brasileña que circulan por cierta prensa extranjera (incluso manejada por personas aquí dentro) que me parecen una burla y un sinsentido: como sociedad joven e inmadura, los brasileños deberían pasar por toda una serie de fases para llegar a tener un comportamiento digno del momento que se está viviendo, pero por ahora no, por ahora los brasileños no han completado un desarrollo político y social que les permitiese estar a la altura del desafío histórico; y la otra lectura, la sociedad brasileña sería como los jóvenes que se revuelven contra los padres que les dieron todo (supuestamente Lula y Dilma), que se desvivieron por ellos, una juventud que quiere más y cuestiona más, que quiere consumir más y que cuestiona la corrupción. Ay, ay, ay… Admitamos la hipótesis de que no haya una ampliación real de las diferencias económicas, sociales y políticas en ese Brasil del milagro. Los programas implementados en ese sentido y publicitados a bombo y platillo (Bolsa família o Territórios da cidadania, por ejemplo), no parecen ir más allá de unos Objetivos del Milenio caseros que siempre parecen inalcanzables, pero admitamos que los números presentados por el gobierno sean el reflejo de una realidad sin mayores desigualdades. En todo caso, lo que sí parece palpable es la ampliación subjetiva de esas diferencias. La pésima educación pública ofrecida en la enseñanza fundamental y media (siendo injusto seguramente con esa generalización) que permite tener acceso normalmente a una universidad privada mercantilizada y de muy baja cualificación. La baja calidad de la atención ofrecida por el sistema público de salud. Las despreciadas normas constructivas para las casas de protección oficial. El encarecimiento progresivo del transporte…. y una lista demasiado extensa muestran que las oportunidades de integración y movilidad social son absolutamente diferentes dependiendo de dónde y de quién naces. Ese modelo de desarrollo brasileño que no mejora, ni mucho menos, las posibilidades de mayor igualdad social, viene produciendo millones de víctimas colaterales que viven generalmente en las periferias de las grandes y medianas ciudades. Esas gentes no estaban en las manifestaciones de Curitiba, pero me dicen que tampoco estaban en las manifestaciones del centro de São Paulo, por ejemplo. ¿Estaban en Río de Janeiro, en otras ciudades brasileñas? Ojalá. >Por último, llegan noticias de que más allá de esas ciudades atiborradas de gente y de medios de comunicación, en las ciudades pequeñas, en los estados periféricos, también la movilización se expande. Y lo hace como hidra de mil cabezas y rostros. Aquí una manifestación contra la expulsión de familias que viven en casas de protección oficial con problemas. Allá son las universidades particulares que protestan para ampliar su negocio a base de más ayudas del gobierno. Y en muchos lugares son las entidades agrícolas patronales que se levantan contra la corrupción del gobierno y que piden más ayuda para el agronegocio, que claman contra los indígenas que quieren preservar su territorio… Jorge Montenegro, un español que vive en Brasil desde hace más de una década, pero que una vez más se siente sobrepasado por la vitalidad contagiosa, pero delirante de este país.

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