La caída de la “Calle Wall” (Wall Street) reproduce, casi veinte años después, la caída del “Muro de Berlín” (Berlin Wall, en inglés). En realidad, el paralelo no debe sorprender. Ambos, el “capitalismo real” y el “socialismo real”, son hijos mellizos herederos de la Ilustración y de la secularización en la historia de Occidente. Inicialmente nacieron el Estado-nación secular y el capitalismo industrial (precedido el primero por el Estado monárquico-teológico y el segundo por el capitalismo monopolista controlado por España) y librecambista (abierto y controlado por Inglaterra). El socialismo (con Saint-Simon y luego con Marx) nació después. Las caídas invirtieron la cronología. Primero se derrumbó el “socialismo real” y luego el “capitalismo real”. Ambos quedaron maltrechos. De modo que alimentar hoy las esperanzas de que el espíritu del socialismo puede resurgir de los escombros del capitalismo real es tan ficticio como pensar que el espíritu del capitalismo puede resurgir después de su propio suicidio.No obstante, “¿cómo salvar el capitalismo?” es una pregunta que genera recetas de todo tipo. Pues en este escenario hay dos cuestiones paralelas y complementarias para considerar en vista de los derroteros de los futuros globales. Propongo dos asuntos para contribuir a pensar esos futuros:(a) El primero es la naturalidad con que académicos y periodistas se abocaron a pensar cómo salvar el capitalismo. A nadie –que yo sepa– se le ocurrió pensar que la cuestión no es salvar al capitalismo, sino a la humanidad. Si el capitalismo u otro tipo de economía es más conducente al propósito de salvar a la humanidad del hambre y de la explotación, es la verdadera cuestión a debatir. La economía capitalista opera sobre el principio de que la acumulación de ganancias conduce al desarrollo y al crecimiento, y que ambos son beneficiosos para todos. Opera también sobre el mito liberal de que la sociedad organizada sobre la base de una economía capitalista promueve la invención y que la invención motiva a la humanidad y la empuja hacia la búsqueda de un futuro cada vez mejor; hacia la felicidad, en suma. La biotecnología, hoy, construye su imagen sobre este lema: “La búsqueda de la felicidad”. Desde esta perspectiva, la única pregunta válida es “¿cómo salvar al capitalismo?” de sus malos momentos: la legal ilegitimidad de los ejecutivos de Wall Street –nadie fue preso por la debacle– y la necesidad de la guerra para defender al capitalismo del “eje del mal”.(b) Si en vez de salvar el capitalismo el objetivo es salvar a la humanidad, la pregunta sería “¿salvar a la humanidad de qué?”. La respuesta perversa sería “del capitalismo”. Una respuesta más conciliadora sería “del hambre, de la inseguridad económica, de millones de personas sin la salud asegurada, sin posibilidades de educación, millones de personas privadas de agua –o bien porque es propiedad privada, o bien porque, por ejemplo, las compañías privadas de explotación minera emplean billones de litros para separar la paja del trigo, los minerales buscados de la piedra que los envuelve–”. De modo que si el objetivo es salvar la vida –esto es, la regeneración por sobre el reciclaje de la biotecnología y la biología sintética–, pues la economía capitalista no es quizá la mejor manera de hacerlo.En el caso (a) se pone el carro delante de los bueyes: primero las instituciones, después la sociedad y la regeneración –natural– de la vida. En el caso (b) se ponen los bueyes delante del carro: primero la vida humana y la regeneración de la vida en el planeta, luego las instituciones que mejor conduzcan y guíen hacia esos objetivos.En el primer caso se trata de una economía que promueve la acumulación; en el segundo, de una economía que –como la etimología de la palabra lo indica– administra la escasez. Sin duda, David Ricardo andaba cerca de hacer tal propuesta. Sólo que, para Ricardo, la administración de la escasez dependía del principio capitalista de acumulación. La versión actual de Ricardo son instituciones como el Banco Mundial y el Earth Institute (en la Universidad de Columbia, dirigido por Jeffrey Sachs). En esta versión no se trata de una economía que administre la escasez, sino de mantener la economía de tipo capitalista que –generosamente– haga lo posible por mantener trabajadores que, al mismo tiempo, son consumidores.Pensar instituciones económicas y gubernamentales –estatales o no–, que administren la escasez, que aseguren el agua y la alimentación, la salud y la educación, no puede ya estar solo en manos de un pensamiento socialista, sino más bien –y también– de un pensamiento descolonial. Tanto el capitalismo real como el socialismo fueron organizaciones sociales imperiales/coloniales. Ambas guardan la memoria de un pensamiento basado en universales abstractos. Entre la caída del “capitalismo real” y del “socialismo real” comienza a levantarse el espectro de lo que ambos reprimieron y apabullaron: el espectro de la descolonialidad, de futuros globales ni universalmente capitalistas, ni universalmente socialistas, ni universalmente islámicos ni cristianos, sino futuros globales pluriversalmente configurados. Esto es, literalmente, la construcción de un mundo en el que quepan muchos mundos.* Director del Centro de Estudios Globales y Humanidades de la Universidad de Duke (EE.UU.), investigador de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador).
PAGINA 12, el 13 de enero de 2009
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