Un poco de historia
La ciencia y su acompañante, la tecnología, son un producto del desarrollo humano destinado a satisfacer la natural curiosidad de explorar la naturaleza y de servir a la sociedad en el marco de un progreso que ha dejado de tener un destino teleológico, para tener uno, más bien impredecible, contradictorio y particularmente obediente a las fuerzas del poder económico político de las grandes potencias.
Junto con la aparición del Discurso del Método de Descartes en el s .XVII, Sir Francis Bacon instala por primera vez, en el Novum Organum (1620), la idea de ciencia útil al hombre, destinada a la vida individual a través del dominio de la naturaleza. El conocimiento es poder según Bacon.
Inglaterra estaba preparando su Imperio.
Este enunciado se asocia con Galileo (1616) y la fundación de la ciencia empírica del Renacimiento, antecedente en la creación de la Royal Society de Londres en 1662, durante la reforma de Oliver Cromwell. La Royal Society es el primer intento de institucionalizar la ciencia como actividad social manteniendo sus poderosos lazos con la filosofía, con Bacon como su nuevo mesías. Así, la ciencia fundada por Galileo era enunciada por Bacon e institucionalizada por la Royal Society.
Más de cien años tardó la burguesía en consolidar su poder político-económico y el estado moderno, adoptando a la ciencia como núcleo instrumental en la construcción de la sociedad moderna industrial- mecánica, que constituyo la base de la acumulación del capital.
Durante este período se desarrolla el concepto de propiedad del producto técnico, se profesionaliza la invención y se forma la ciencia moderna. Al tiempo que eclosiona el poder de la burguesía en la Revolución Francesa, madurado en las grandes ciudades renanas, y emerge la fe en la razón cartesiana.
Es en la Escuela Politécnica, fundada en 1796 por la Revolución Francesa, donde aparece la ciencia por primera vez como un sistema controlado por un Estado que fija políticas en beneficio de toda la sociedad. En el convencimiento de que el futuro de la sociedad dependía íntegramente del desarrollo científico, ese pensamiento secular estaba convencido de que inauguraba la solución definitiva para bienestar de la humanidad. Con este convencimiento se adueñaba del sentido de la historia y se aseguraba que el conocimiento se desarrollaba obedeciendo a necesidades que tenían centralidad en el valor social.
La Revolución Francesa se aleja del ideal baconianiano de la “ciencia útil” con mirada en el individuo desde una elite dominante, a otra, predominantemente social. La Escuela Politécnica fue una creación del Estado, no el producto de una elite curiosa, como la que fundó la Royal Society londinense.
Era diferente estudiar desde un mandato de conocimiento asociado al poder individual, que hacerlo enmarcado por su aplicación y la necesidad social determinada por el Estado-Nación.
Expresaba una politización que unía el entusiasmo científico técnico, la certeza de la construcción de la historia y la pasión política. Además, incluía en la misma concepción del mundo los problemas de la ciencia, del Estado, del conocimiento y de la libertad humana, como un proceso social integral e incluyente.
El estado promovía y planteaba estrategias para la actividad científica con científicos que eran políticos decididos a influir y ser sujetos de la historia. La ideología nacía, así, de la confianza en el hombre en cuanto sujeto de transformación social y, al mismo tiempo, de la ciencia como su instrumento.
Con la consolidación del capital burgués, hay un viraje fundamental durante el régimen napoleónico. La necesidad del control técnico de la naturaleza se separa del pensamiento intelectual y sensible. Esta separación entre lo técnico y lo intelectual aleja lo útil (el técnico) de lo peligroso (el intelectual), como una forma de control de un Estado Imperial que era expresión totalizadora de la burguesía del momento. La ciencia y la técnica que eran artesanales, comenzaron a sufrir procesos de sistematización y de ordenamiento disciplinario. Definen sus territorios dando comienzo a la “civilización de la maquina”; hoy llamada “tecnociencia”.
El segundo imperio napoleónico en 1830, consolida sus fundamentos. Hegel, Marx, Darwin y Freud: de distintas maneras y con distintos ángulos y reservas -positivismo y evolucionismo mediante- consolidan la idea, que de si mismo, tiene el burgués.
El evolucionismo darwinista se instala como la selección del más fuerte, idea funcional y necesaria a la consolidación del capital. El maltusianismo, la regulación poblacional. Junto con la incipiente biología moderna, dan párvulo a la aparición de los inicios y tentaciones de control social, consolidación de la idea de raza, clasificación biométrica, etc.
La ley natural se constituye en la ley del burgués y el dominio y apropiación de la naturaleza, su meta. Darwin y Freud, entre otros, no son los creadores de la legitimación de la modernidad, solo la expresan, representan y sirven a los propósitos de las iniciativas imperiales.
Deben llegar las Guerras Mundiales del s. XX para que el optimismo ciego se desmorone. Así lo expresan los movimientos artísticos vanguardistas de principios de siglo. El mismo Freud, en “El malestar de la cultura”, advierte sobre el fracaso civilizatorio de la modernidad. Benjamin elabora su pesimismo en su metáfora sobre el ángel de Paul Klee mirando las ruinas de la historia. La aparición de la escuela de Frankfurt enuncia la limitación del progreso moderno, denunciando a la razón por instrumental del siglo XX, donde impúdicamente la tecnociencia, se hace cómplice de la banalidad del mal en los genocidios del siglo, incluyendo el argentino.
En este estadio, el progreso resultante traiciona a Bacon, a Galileo, a la Royal Society y, especialmente, al relato fundante cartesiano que ilusionó a la Ilustración, a su Revolución Francesa y a la Politécnica de Paris. Se subordina, obedeciendo a los dictados de las grandes corporaciones, la ciencia a la técnica, y es la razón instrumental de mil caras que rige -en un camino todavía no recorrido- hacia la barbarie.
Al desprenderse la ciencia de los valores de su fundación, el progreso científico se vincula cada vez mas a un científico tecnocrático, fragmentario, programable, dócil y útil, que está lejos del pensador intelectual que pretende conocer la naturaleza respetándola y que, haciéndose cargo de su conciencia critica, genera conocimientos para el bienestar de la humanidad. Lejos de la utopía fundante de la modernidad. Aquel no asume responsablemente los riesgos del conocimiento con, si fuera necesario, su propia moratoria cuando ese conocimiento se dirige a lugares peligrosos para el género humano.
La historia primero se expresa como tragedia. Pero cada tanto, cuando puede, se repite como comedia. De aquella alborada de modernidad ilustrada, hoy se solo quedan restos bizarros. El reflujo del Estado, la burocratización, la separación entre ciencia y filosofía, entre ciencia y política, ha vaciado de toda humanidad la época actual. Preñada de individualismo y entregada a la maquinaria neoliberal, la ciencia avanza con científicos que son mas técnicos que verdaderos intelectuales con pensamiento crítico y político. Mientras el mercado decide el cómo, el por qué y él para qué del conocimiento.
Ya lejos de Bacon, con su búsqueda de felicidad a través del poder individual y también de los ideales de la revolución francesa, hoy la tecnociencia ha quedado a merced de las góndolas del consumo capitalista.
Surge el hombre post humano de la era post industrial
Una mirada de los avances de ciertas disciplinas es obvio que el próximo paso de la invasión tecnológica, es la fuerza con que la violencia opera sobre el cuerpo humano. En un momento en que la ciencia y la tecnología se han convertido en una triada indisoluble de la globalidad capturada por el capitalismo postindustrial y que la materia viva es tratada igual que lo fue la materia inerte en la sociedad industrial, el cuerpo humano orgánico biológico y “natural” ha quedado obsoleto y al parecer al no estar a la altura de las exigencias, ritmos y desafíos del mundo contemporáneo necesita, para adecuarse, ser mejorado por medio de la técnica que produzca un cuerpo “post humano” “post biológico” mejor equipado y “superior” que cumpla las demandas del acelerado mercado actual. Un “humano protésico”, es una forma de selección evolutiva guiada por una dotación genética manipulada, digna del mundo actual post industrial, corporativo y planetario.
Ciencia y colonialidad
En la idea de América Latina, Walter Mignolo nos alerta “no habrá propiamente descolonización si no comprendemos y ejecutamos procesos de descolonialidad, como un mecanismo epistémico/político que devele los velos imperiales y sus implicancias en la formación de sujetos y subjetividades modernos tanto imperiales como coloniales”. La descolonialidad es, entonces, no solo un proyecto historiográfico, sino, un proceso epistémico-político y, al mismo tiempo, ético. La diferencia entre “descolonización” y “descolonialidad” es que esta última no solo apunta al cambio de contenidos, sino a un cambio de terreno y de los términos tanto de la conversación como de las reglas de juego.
La colonialidad es parte constitutiva de la modernidad y no hay modernidad sin colonialidad. Esta definición es parte de un desarrollo teórico, pero también de una extensa práctica política, que no se ha expresado abiertamente en la actual discusión, por pegar en el centro del concepto de modernidad.
Más allá de la ideología esgrimida, las experiencias políticas con linaje en la modernidad, fueron construcciones que contuvieron prácticas preñadas de colonialidad. De aquí la necesidad, según W. Mignolo, “de analizar la constitución de la modernidad actual (mercado libre y democracia) con un análisis que no se respalde en las ciencias sociales, en el marxismo o en la teoría de la liberación, sino en desarrollar un sentido epistémico de cómo descolonizar el saber, lo político, la autoridad, el estado y la economía”.
Las independencias de América, Asia y África del s. XIX no cuestionaron el conocimiento o las premisas epistémicas sobre las que se basaba la autoridad política, la organización económica o la concepción del sujeto colonial. Reemplazaron los gobiernos por otros con el mismo sentido epistémico eurocéntrico y concibieron las nuevas naciones como émulos periféricos libres en lo geográfico, pero subordinados al conocimiento europeo.
Es el complejo modernidad/colonialidad que sostiene el concepto imperial de la razón cartesiana y se constituye en razón imperial. Para la “descolonialidad” ya no es suficiente la revolución armada sino la revolución en la premisas del pensar”.
Desarrollo alternativo. Una, dos, muchas modernidades:
¿Es posible más de una modernidad? Como está planteado hoy día ha sido eficaz convencer al mundo de que aquel modelo europeo nacido en s. XVII es el único camino disponible. Que si queremos estar adentro del mundo hay que emularlo. Que hay que revisitar sus estadios, tener sus objetivos, concebirlo a su manera, seguir sus formas organizativas y, sobre todo, despreciar todo a aquello que lo desafíe.
En la historia podemos detectar otras formas de progreso y modernidades, ya que otras sociedades usaron el conocimiento en marcos epistémicos diferentes. ¿Quién puede decir que este progreso es mejor que otros? ¿Quién puede decir que es el mejor para la época actual? ¿Quién puede decir que es el que más conviene a los pueblos que no lo eligieron? Parecería que hubiera que romper el grillete epistémico para empezar a creer que hay modelos y formas de organización y dirección disciplinaria de los conocimientos, que son alternativos a los de la globalidad totalizadora.
El riesgo de admitir que hay un solo conocimiento posible, que no existen distintas alternativas que construyan el conocimiento de la naturaleza en otros registros, que hay un sola manera de explorar la naturaleza y que, por lo tanto, el desarrollo de las disciplinas científicas es unidimensional y unidireccional, lleva a un error frecuente: aceptar el discurso que dice que la tecnociencia actual es por sí misma liberadora.
Como producto humano de esta particular etapa civilizatoria, la tecnociencia es instrumento del poder que la concibe. Las globalizaciones en la historia humana nunca fueron buenas o malas por si mismas, siempre fueron tendencias hegemonizantes. La actual, en el paroxismo histórico, pretende impulsar peligrosamente el reemplazo de la política por la técnica y promueve usar el conocimiento, aunque lleve a la devastación de la naturaleza y consolide la exclusión social, en pos de un supremo poder de la razón de la renta del mercado.
El juego de la ciencia y el mercado
En la actualidad, la subordinación de la ciencia a la tecnología cierra la idea de que el conocimiento solo se legitima cuando alimentan propuestas e iniciativas que incrementan la rentabilidad del mercado. Por lo tanto ontologiza el saber útil transmutando la metáfora prometeica de la Ilustración de comprender la naturaleza y relacionarse con ella de una manera armónica, en la metáfora fáustica que promueve su apropiación y dominio aún a costa de su destrucción. Así, este capitalismo tardío requiere de la tecnociencia centrada en la dominación de los recursos de la humanidad como el principal instrumento de la neocolonialidad celebrando soluciones tecnocráticas totalizadoras para los problemas humanos.
En esta modalidad, y sin entrar en la discusión sobre la fragilidad actual del modelo epistemológico de la tecnociencia ni en la dificultad de su debate, se verifica que el mercado no necesita solidez científica y verificación del conocimiento, sino resultados veloces y competitivos para surtir las góndolas comerciales. Hecho que conlleva un riesgo en la percepción y legitimidad de la ciencia por parte de la sociedad.
Es por, lo tanto, parte de la colonialidad que toda ciencia debe ser útil, para lo cual se transforma en una simple mediación entre conocimiento y mercado.
La ciencia en Iberoamérica
La política de ciencia y tecnología en los países dominados y frágiles en sus decisiones, es estratégica para un verdadero proceso de liberación y un instrumento para el desafío epistémico de la descolonialidad. Para ello, es imprescindible ser consciente de la paradoja que implica tener sistemas científicos que funcionan como parte dominada de un capitalismo dominante. Un capitalismo, supremo en lo técnico, pero de moral social incierta. Ser conscientes de que mientras nos venden modernidades, se apropian de los recursos, destruyen la biodiversidad, alienan el bienestar; compramos llave en mano modelos para formar elites funcionales a las grandes corporaciones nacionales o extranjeras.
En este escenario, instalar un relato alternativo desde la política, es oponerse a las tendencias de los intereses dominantes y su noción de progreso, promoviendo una ontología liberadora desde la periferia que disponga de un conocimiento sin sacrificio de lo humano destinado a la equidad social.
La autonomía científica en la Argentina, y en cualquier otro lugar de la región, será ilusoria mientras el país no desafíe su condición de colonialidad, mientras las grandes mayorías estén excluidas y el patrimonio nacional sea devastado en aras de un progreso deseable para otros.
El reflujo actual del pensamiento crítico y la imposibilidad del progresismo de vincular lo político con lo social, adeudan el imprescindible debate por el sentido de la idea de desarrollo en nuestros países, que incluye necesariamente el devenir de la ciencia. La inclusión social plena requiere de la expropiación del sentido del desarrollo científico para transformarlo en un medio proveedor de felicidad y bienestar social y que no sea solo un instrumento remediativo de los efectos no deseables del progreso actual. Tal como sucede, por ejemplo, con los recursos energéticos no renovables. Revisar la lógica capitalista de la industria automotriz es pensar una alternativa crítica sobre la crisis energética. Sustituir el petróleo por biodiesel extraído de alimentos para suplir la demanda, es una remediación que llevara a problemas más graves y destructivos.
Para esta discusión son necesarios hombres y mujeres de ciencia comprometidos con el pensamiento crítico necesario para luchar contra la dependencia de sus pueblos. Al apropiarnos del verbo y su razón fundante seremos capaces de hablar desde nosotros evitando ser hablados desde otros lugares, por otros intereses. Ese es el principio del proceso de descolonialidad y el comienzo de la verdadera emancipación.
Consideraciones finales
En nuestro país y como parte de la problemática planteada, entender las nociones de colonialidad y autonomía es central para un desarrollo científico integral y alternativo.
Algunas consideraciones que engloban los conflictos aquí expuestos implican:
La organización y consolidación de un único sistema científico-tecnológico autónomo con una clara idea de cómo desarrollar nuevas vertientes disciplinarias y desprendiéndose del desarrollo impuesto por los hegemones culturales.
Construir alternativas en la definición del cómo, del por qué y del para qué. Las respuestas a estos desafíos implican cambiar nuestra noción de modernidad, partir de nosotros mismos para destinarla a nuestra sociedad. No es imposible generar conocimiento rompiendo las bases conceptuales que lo envuelve si las preguntas que surgen están basadas, no en lo que quiere el otro o como lo hace el otro, sino en que necesitamos de ese conocimiento. El desarrollo de hipótesis y orientaciones disciplinarias alternativas, desafían la unidimensionalidad del mandato que promueve la subordinación de los países centrales.
3. Si los discursos no solo describen la realidad sino que son preformativos. La ciencia es un sistema superestructural de discursos y códigos que expresan una sistematización y conceptualización que trata de interpelar la aprehensión de la naturaleza en cada momento histórico y que no siempre tuvo la misma finalidad de apropiatoria o devastadora.
Revisar la noción de que en la cooperación internacional, las asimetrías son enriquecedoras. No siempre, casi nunca, la reciprocidad es simétrica y las ventajas terminan, en los hechos, beneficiando al más fuerte.
La ciencia produce fragmentos de conocimientos. Solo aquellos que acceden a todos los pedazos en función de una hipótesis, podrán encajar todas las piezas. Una definición soberana de las necesidades sociales y económicas, necesita la capacidad de totalizar una clara política de organizar hipótesis propias que generen el desarrollo requerido por una Nación. Esto en la práctica significa que la definición reside en organización de proyectos integrados a escala nacional.
Una tendencia hoy frecuente dibuja estrategias basadas en leyes productivistas, enfocando la política más como un plan de negocios que como una estrategia política centrada en desarrollos autónomos. Es común escuchar que una política de estado es un plan de negocios, o sea, simplemente planificar el mercado. Pero la distribución del bienestar no siempre está asegurada por la venta de bienes que en su mayoría la sociedad no controla, sino por políticas públicas que aseguren en la administración del Estado, una forma delegada de distribución de la riqueza. Entonces en un sistema científico tecnológico el conocimiento es realmente útil, en tanto sirve para asegurar la estrategia de la política pública.
El marco internacional actual debe ser el punto de partida para el cambio que posibilite una alteridad en beneficio de las sociedades periféricas. Que haya un mundo, no significa que solo exista una sola mirada de ese mundo y tampoco una comprensión unidimensional de la realidad. Las fuerzas globalizantes están en una fase de reorganización y desarrollando nuevas tácticas ante los desafíos del futuro: alimentos, energía, medio ambiente, control regional, control tecnológico y cultural, etc. Pero su debilidad es su monocromatismo, no conciben desafíos por fuera de su lógica y se desorientan con la policromía. “Inventamos o desaparecemos” decía Simón Rodríguez.
Por eso, con el solo cambio del tablero, se puede tener espacio suficiente para desarrollar algo diferente. Diferencia que se hace soberana en su concepción, no en su exterioridad. La adecuación de las técnicas que usan pueden resolver naturales diversidades para ajustar el cambio y adelantarse a ellos. Pero allí, una vez más, aparece la fragilidad, porque esa predicción es gobernada por su lógica. El secreto seria ser impredecible frente a un adversario que es más fuerte. Prever sus próximos pasos es una tarea de la política. Construir alternativas en el desarrollo del conocimiento es comenzar a dibujar un camino propio que debe ser acometido a partir de la construcción de un pensamiento propio.
Esa construcción, que atraviesa todo el tejido del sistema de producción de conocimientos, debe ser original, buscando el desarrollo, no de los rincones aparentemente abandonados por el poder de los grandes (corrientemente llamados nichos de vacancia), sino por otros autónomos de nuevas corrientes disciplinarias que integren saberes complejos. Metodologías que permitan acceder al conocimiento por otros caminos. En síntesis: impredecibles y heterodoxos. Son las condiciones para un sistema exitoso porque, aunque no suficientes, son imprescindibles para llevar a un pueblo a un estadio de desarrollo soberano.
La ciencia y su acompañante, la tecnología, son un producto del desarrollo humano destinado a satisfacer la natural curiosidad de explorar la naturaleza y de servir a la sociedad en el marco de un progreso que ha dejado de tener un destino teleológico, para tener uno, más bien impredecible, contradictorio y particularmente obediente a las fuerzas del poder económico político de las grandes potencias.
Junto con la aparición del Discurso del Método de Descartes en el s .XVII, Sir Francis Bacon instala por primera vez, en el Novum Organum (1620), la idea de ciencia útil al hombre, destinada a la vida individual a través del dominio de la naturaleza. El conocimiento es poder según Bacon.
Inglaterra estaba preparando su Imperio.
Este enunciado se asocia con Galileo (1616) y la fundación de la ciencia empírica del Renacimiento, antecedente en la creación de la Royal Society de Londres en 1662, durante la reforma de Oliver Cromwell. La Royal Society es el primer intento de institucionalizar la ciencia como actividad social manteniendo sus poderosos lazos con la filosofía, con Bacon como su nuevo mesías. Así, la ciencia fundada por Galileo era enunciada por Bacon e institucionalizada por la Royal Society.
Más de cien años tardó la burguesía en consolidar su poder político-económico y el estado moderno, adoptando a la ciencia como núcleo instrumental en la construcción de la sociedad moderna industrial- mecánica, que constituyo la base de la acumulación del capital.
Durante este período se desarrolla el concepto de propiedad del producto técnico, se profesionaliza la invención y se forma la ciencia moderna. Al tiempo que eclosiona el poder de la burguesía en la Revolución Francesa, madurado en las grandes ciudades renanas, y emerge la fe en la razón cartesiana.
Es en la Escuela Politécnica, fundada en 1796 por la Revolución Francesa, donde aparece la ciencia por primera vez como un sistema controlado por un Estado que fija políticas en beneficio de toda la sociedad. En el convencimiento de que el futuro de la sociedad dependía íntegramente del desarrollo científico, ese pensamiento secular estaba convencido de que inauguraba la solución definitiva para bienestar de la humanidad. Con este convencimiento se adueñaba del sentido de la historia y se aseguraba que el conocimiento se desarrollaba obedeciendo a necesidades que tenían centralidad en el valor social.
La Revolución Francesa se aleja del ideal baconianiano de la “ciencia útil” con mirada en el individuo desde una elite dominante, a otra, predominantemente social. La Escuela Politécnica fue una creación del Estado, no el producto de una elite curiosa, como la que fundó la Royal Society londinense.
Era diferente estudiar desde un mandato de conocimiento asociado al poder individual, que hacerlo enmarcado por su aplicación y la necesidad social determinada por el Estado-Nación.
Expresaba una politización que unía el entusiasmo científico técnico, la certeza de la construcción de la historia y la pasión política. Además, incluía en la misma concepción del mundo los problemas de la ciencia, del Estado, del conocimiento y de la libertad humana, como un proceso social integral e incluyente.
El estado promovía y planteaba estrategias para la actividad científica con científicos que eran políticos decididos a influir y ser sujetos de la historia. La ideología nacía, así, de la confianza en el hombre en cuanto sujeto de transformación social y, al mismo tiempo, de la ciencia como su instrumento.
Con la consolidación del capital burgués, hay un viraje fundamental durante el régimen napoleónico. La necesidad del control técnico de la naturaleza se separa del pensamiento intelectual y sensible. Esta separación entre lo técnico y lo intelectual aleja lo útil (el técnico) de lo peligroso (el intelectual), como una forma de control de un Estado Imperial que era expresión totalizadora de la burguesía del momento. La ciencia y la técnica que eran artesanales, comenzaron a sufrir procesos de sistematización y de ordenamiento disciplinario. Definen sus territorios dando comienzo a la “civilización de la maquina”; hoy llamada “tecnociencia”.
El segundo imperio napoleónico en 1830, consolida sus fundamentos. Hegel, Marx, Darwin y Freud: de distintas maneras y con distintos ángulos y reservas -positivismo y evolucionismo mediante- consolidan la idea, que de si mismo, tiene el burgués.
El evolucionismo darwinista se instala como la selección del más fuerte, idea funcional y necesaria a la consolidación del capital. El maltusianismo, la regulación poblacional. Junto con la incipiente biología moderna, dan párvulo a la aparición de los inicios y tentaciones de control social, consolidación de la idea de raza, clasificación biométrica, etc.
La ley natural se constituye en la ley del burgués y el dominio y apropiación de la naturaleza, su meta. Darwin y Freud, entre otros, no son los creadores de la legitimación de la modernidad, solo la expresan, representan y sirven a los propósitos de las iniciativas imperiales.
Deben llegar las Guerras Mundiales del s. XX para que el optimismo ciego se desmorone. Así lo expresan los movimientos artísticos vanguardistas de principios de siglo. El mismo Freud, en “El malestar de la cultura”, advierte sobre el fracaso civilizatorio de la modernidad. Benjamin elabora su pesimismo en su metáfora sobre el ángel de Paul Klee mirando las ruinas de la historia. La aparición de la escuela de Frankfurt enuncia la limitación del progreso moderno, denunciando a la razón por instrumental del siglo XX, donde impúdicamente la tecnociencia, se hace cómplice de la banalidad del mal en los genocidios del siglo, incluyendo el argentino.
En este estadio, el progreso resultante traiciona a Bacon, a Galileo, a la Royal Society y, especialmente, al relato fundante cartesiano que ilusionó a la Ilustración, a su Revolución Francesa y a la Politécnica de Paris. Se subordina, obedeciendo a los dictados de las grandes corporaciones, la ciencia a la técnica, y es la razón instrumental de mil caras que rige -en un camino todavía no recorrido- hacia la barbarie.
Al desprenderse la ciencia de los valores de su fundación, el progreso científico se vincula cada vez mas a un científico tecnocrático, fragmentario, programable, dócil y útil, que está lejos del pensador intelectual que pretende conocer la naturaleza respetándola y que, haciéndose cargo de su conciencia critica, genera conocimientos para el bienestar de la humanidad. Lejos de la utopía fundante de la modernidad. Aquel no asume responsablemente los riesgos del conocimiento con, si fuera necesario, su propia moratoria cuando ese conocimiento se dirige a lugares peligrosos para el género humano.
La historia primero se expresa como tragedia. Pero cada tanto, cuando puede, se repite como comedia. De aquella alborada de modernidad ilustrada, hoy se solo quedan restos bizarros. El reflujo del Estado, la burocratización, la separación entre ciencia y filosofía, entre ciencia y política, ha vaciado de toda humanidad la época actual. Preñada de individualismo y entregada a la maquinaria neoliberal, la ciencia avanza con científicos que son mas técnicos que verdaderos intelectuales con pensamiento crítico y político. Mientras el mercado decide el cómo, el por qué y él para qué del conocimiento.
Ya lejos de Bacon, con su búsqueda de felicidad a través del poder individual y también de los ideales de la revolución francesa, hoy la tecnociencia ha quedado a merced de las góndolas del consumo capitalista.
Surge el hombre post humano de la era post industrial
Una mirada de los avances de ciertas disciplinas es obvio que el próximo paso de la invasión tecnológica, es la fuerza con que la violencia opera sobre el cuerpo humano. En un momento en que la ciencia y la tecnología se han convertido en una triada indisoluble de la globalidad capturada por el capitalismo postindustrial y que la materia viva es tratada igual que lo fue la materia inerte en la sociedad industrial, el cuerpo humano orgánico biológico y “natural” ha quedado obsoleto y al parecer al no estar a la altura de las exigencias, ritmos y desafíos del mundo contemporáneo necesita, para adecuarse, ser mejorado por medio de la técnica que produzca un cuerpo “post humano” “post biológico” mejor equipado y “superior” que cumpla las demandas del acelerado mercado actual. Un “humano protésico”, es una forma de selección evolutiva guiada por una dotación genética manipulada, digna del mundo actual post industrial, corporativo y planetario.
Ciencia y colonialidad
En la idea de América Latina, Walter Mignolo nos alerta “no habrá propiamente descolonización si no comprendemos y ejecutamos procesos de descolonialidad, como un mecanismo epistémico/político que devele los velos imperiales y sus implicancias en la formación de sujetos y subjetividades modernos tanto imperiales como coloniales”. La descolonialidad es, entonces, no solo un proyecto historiográfico, sino, un proceso epistémico-político y, al mismo tiempo, ético. La diferencia entre “descolonización” y “descolonialidad” es que esta última no solo apunta al cambio de contenidos, sino a un cambio de terreno y de los términos tanto de la conversación como de las reglas de juego.
La colonialidad es parte constitutiva de la modernidad y no hay modernidad sin colonialidad. Esta definición es parte de un desarrollo teórico, pero también de una extensa práctica política, que no se ha expresado abiertamente en la actual discusión, por pegar en el centro del concepto de modernidad.
Más allá de la ideología esgrimida, las experiencias políticas con linaje en la modernidad, fueron construcciones que contuvieron prácticas preñadas de colonialidad. De aquí la necesidad, según W. Mignolo, “de analizar la constitución de la modernidad actual (mercado libre y democracia) con un análisis que no se respalde en las ciencias sociales, en el marxismo o en la teoría de la liberación, sino en desarrollar un sentido epistémico de cómo descolonizar el saber, lo político, la autoridad, el estado y la economía”.
Las independencias de América, Asia y África del s. XIX no cuestionaron el conocimiento o las premisas epistémicas sobre las que se basaba la autoridad política, la organización económica o la concepción del sujeto colonial. Reemplazaron los gobiernos por otros con el mismo sentido epistémico eurocéntrico y concibieron las nuevas naciones como émulos periféricos libres en lo geográfico, pero subordinados al conocimiento europeo.
Es el complejo modernidad/colonialidad que sostiene el concepto imperial de la razón cartesiana y se constituye en razón imperial. Para la “descolonialidad” ya no es suficiente la revolución armada sino la revolución en la premisas del pensar”.
Desarrollo alternativo. Una, dos, muchas modernidades:
¿Es posible más de una modernidad? Como está planteado hoy día ha sido eficaz convencer al mundo de que aquel modelo europeo nacido en s. XVII es el único camino disponible. Que si queremos estar adentro del mundo hay que emularlo. Que hay que revisitar sus estadios, tener sus objetivos, concebirlo a su manera, seguir sus formas organizativas y, sobre todo, despreciar todo a aquello que lo desafíe.
En la historia podemos detectar otras formas de progreso y modernidades, ya que otras sociedades usaron el conocimiento en marcos epistémicos diferentes. ¿Quién puede decir que este progreso es mejor que otros? ¿Quién puede decir que es el mejor para la época actual? ¿Quién puede decir que es el que más conviene a los pueblos que no lo eligieron? Parecería que hubiera que romper el grillete epistémico para empezar a creer que hay modelos y formas de organización y dirección disciplinaria de los conocimientos, que son alternativos a los de la globalidad totalizadora.
El riesgo de admitir que hay un solo conocimiento posible, que no existen distintas alternativas que construyan el conocimiento de la naturaleza en otros registros, que hay un sola manera de explorar la naturaleza y que, por lo tanto, el desarrollo de las disciplinas científicas es unidimensional y unidireccional, lleva a un error frecuente: aceptar el discurso que dice que la tecnociencia actual es por sí misma liberadora.
Como producto humano de esta particular etapa civilizatoria, la tecnociencia es instrumento del poder que la concibe. Las globalizaciones en la historia humana nunca fueron buenas o malas por si mismas, siempre fueron tendencias hegemonizantes. La actual, en el paroxismo histórico, pretende impulsar peligrosamente el reemplazo de la política por la técnica y promueve usar el conocimiento, aunque lleve a la devastación de la naturaleza y consolide la exclusión social, en pos de un supremo poder de la razón de la renta del mercado.
El juego de la ciencia y el mercado
En la actualidad, la subordinación de la ciencia a la tecnología cierra la idea de que el conocimiento solo se legitima cuando alimentan propuestas e iniciativas que incrementan la rentabilidad del mercado. Por lo tanto ontologiza el saber útil transmutando la metáfora prometeica de la Ilustración de comprender la naturaleza y relacionarse con ella de una manera armónica, en la metáfora fáustica que promueve su apropiación y dominio aún a costa de su destrucción. Así, este capitalismo tardío requiere de la tecnociencia centrada en la dominación de los recursos de la humanidad como el principal instrumento de la neocolonialidad celebrando soluciones tecnocráticas totalizadoras para los problemas humanos.
En esta modalidad, y sin entrar en la discusión sobre la fragilidad actual del modelo epistemológico de la tecnociencia ni en la dificultad de su debate, se verifica que el mercado no necesita solidez científica y verificación del conocimiento, sino resultados veloces y competitivos para surtir las góndolas comerciales. Hecho que conlleva un riesgo en la percepción y legitimidad de la ciencia por parte de la sociedad.
Es por, lo tanto, parte de la colonialidad que toda ciencia debe ser útil, para lo cual se transforma en una simple mediación entre conocimiento y mercado.
La ciencia en Iberoamérica
La política de ciencia y tecnología en los países dominados y frágiles en sus decisiones, es estratégica para un verdadero proceso de liberación y un instrumento para el desafío epistémico de la descolonialidad. Para ello, es imprescindible ser consciente de la paradoja que implica tener sistemas científicos que funcionan como parte dominada de un capitalismo dominante. Un capitalismo, supremo en lo técnico, pero de moral social incierta. Ser conscientes de que mientras nos venden modernidades, se apropian de los recursos, destruyen la biodiversidad, alienan el bienestar; compramos llave en mano modelos para formar elites funcionales a las grandes corporaciones nacionales o extranjeras.
En este escenario, instalar un relato alternativo desde la política, es oponerse a las tendencias de los intereses dominantes y su noción de progreso, promoviendo una ontología liberadora desde la periferia que disponga de un conocimiento sin sacrificio de lo humano destinado a la equidad social.
La autonomía científica en la Argentina, y en cualquier otro lugar de la región, será ilusoria mientras el país no desafíe su condición de colonialidad, mientras las grandes mayorías estén excluidas y el patrimonio nacional sea devastado en aras de un progreso deseable para otros.
El reflujo actual del pensamiento crítico y la imposibilidad del progresismo de vincular lo político con lo social, adeudan el imprescindible debate por el sentido de la idea de desarrollo en nuestros países, que incluye necesariamente el devenir de la ciencia. La inclusión social plena requiere de la expropiación del sentido del desarrollo científico para transformarlo en un medio proveedor de felicidad y bienestar social y que no sea solo un instrumento remediativo de los efectos no deseables del progreso actual. Tal como sucede, por ejemplo, con los recursos energéticos no renovables. Revisar la lógica capitalista de la industria automotriz es pensar una alternativa crítica sobre la crisis energética. Sustituir el petróleo por biodiesel extraído de alimentos para suplir la demanda, es una remediación que llevara a problemas más graves y destructivos.
Para esta discusión son necesarios hombres y mujeres de ciencia comprometidos con el pensamiento crítico necesario para luchar contra la dependencia de sus pueblos. Al apropiarnos del verbo y su razón fundante seremos capaces de hablar desde nosotros evitando ser hablados desde otros lugares, por otros intereses. Ese es el principio del proceso de descolonialidad y el comienzo de la verdadera emancipación.
Consideraciones finales
En nuestro país y como parte de la problemática planteada, entender las nociones de colonialidad y autonomía es central para un desarrollo científico integral y alternativo.
Algunas consideraciones que engloban los conflictos aquí expuestos implican:
La organización y consolidación de un único sistema científico-tecnológico autónomo con una clara idea de cómo desarrollar nuevas vertientes disciplinarias y desprendiéndose del desarrollo impuesto por los hegemones culturales.
Construir alternativas en la definición del cómo, del por qué y del para qué. Las respuestas a estos desafíos implican cambiar nuestra noción de modernidad, partir de nosotros mismos para destinarla a nuestra sociedad. No es imposible generar conocimiento rompiendo las bases conceptuales que lo envuelve si las preguntas que surgen están basadas, no en lo que quiere el otro o como lo hace el otro, sino en que necesitamos de ese conocimiento. El desarrollo de hipótesis y orientaciones disciplinarias alternativas, desafían la unidimensionalidad del mandato que promueve la subordinación de los países centrales.
3. Si los discursos no solo describen la realidad sino que son preformativos. La ciencia es un sistema superestructural de discursos y códigos que expresan una sistematización y conceptualización que trata de interpelar la aprehensión de la naturaleza en cada momento histórico y que no siempre tuvo la misma finalidad de apropiatoria o devastadora.
Revisar la noción de que en la cooperación internacional, las asimetrías son enriquecedoras. No siempre, casi nunca, la reciprocidad es simétrica y las ventajas terminan, en los hechos, beneficiando al más fuerte.
La ciencia produce fragmentos de conocimientos. Solo aquellos que acceden a todos los pedazos en función de una hipótesis, podrán encajar todas las piezas. Una definición soberana de las necesidades sociales y económicas, necesita la capacidad de totalizar una clara política de organizar hipótesis propias que generen el desarrollo requerido por una Nación. Esto en la práctica significa que la definición reside en organización de proyectos integrados a escala nacional.
Una tendencia hoy frecuente dibuja estrategias basadas en leyes productivistas, enfocando la política más como un plan de negocios que como una estrategia política centrada en desarrollos autónomos. Es común escuchar que una política de estado es un plan de negocios, o sea, simplemente planificar el mercado. Pero la distribución del bienestar no siempre está asegurada por la venta de bienes que en su mayoría la sociedad no controla, sino por políticas públicas que aseguren en la administración del Estado, una forma delegada de distribución de la riqueza. Entonces en un sistema científico tecnológico el conocimiento es realmente útil, en tanto sirve para asegurar la estrategia de la política pública.
El marco internacional actual debe ser el punto de partida para el cambio que posibilite una alteridad en beneficio de las sociedades periféricas. Que haya un mundo, no significa que solo exista una sola mirada de ese mundo y tampoco una comprensión unidimensional de la realidad. Las fuerzas globalizantes están en una fase de reorganización y desarrollando nuevas tácticas ante los desafíos del futuro: alimentos, energía, medio ambiente, control regional, control tecnológico y cultural, etc. Pero su debilidad es su monocromatismo, no conciben desafíos por fuera de su lógica y se desorientan con la policromía. “Inventamos o desaparecemos” decía Simón Rodríguez.
Por eso, con el solo cambio del tablero, se puede tener espacio suficiente para desarrollar algo diferente. Diferencia que se hace soberana en su concepción, no en su exterioridad. La adecuación de las técnicas que usan pueden resolver naturales diversidades para ajustar el cambio y adelantarse a ellos. Pero allí, una vez más, aparece la fragilidad, porque esa predicción es gobernada por su lógica. El secreto seria ser impredecible frente a un adversario que es más fuerte. Prever sus próximos pasos es una tarea de la política. Construir alternativas en el desarrollo del conocimiento es comenzar a dibujar un camino propio que debe ser acometido a partir de la construcción de un pensamiento propio.
Esa construcción, que atraviesa todo el tejido del sistema de producción de conocimientos, debe ser original, buscando el desarrollo, no de los rincones aparentemente abandonados por el poder de los grandes (corrientemente llamados nichos de vacancia), sino por otros autónomos de nuevas corrientes disciplinarias que integren saberes complejos. Metodologías que permitan acceder al conocimiento por otros caminos. En síntesis: impredecibles y heterodoxos. Son las condiciones para un sistema exitoso porque, aunque no suficientes, son imprescindibles para llevar a un pueblo a un estadio de desarrollo soberano.
Me encantan los zonzos que creyéndose de izquierda le pegan al "evolucionismo darwinista" (seguramente sin saber siquiera que Darwin no postuló la evolución, sino un mecanismo para explicarla; la evolución ya se conocía de antes). Porque si hay algo reaccionario hoy en día es criticar el darwinismo, teniendo entonces como compañeros de ruta a lo peor del fundamentalismo cristiano yanqui.
ResponderEliminarNo es de extrañar que digan cosas como ésta que leo en la nota: "El evolucionismo darwinista se instala como la selección del más fuerte, idea funcional y necesaria a la consolidación del capital. El maltusianismo, la regulación poblacional. Junto con la incipiente biología moderna, dan párvulo a la aparición de los inicios y tentaciones de control social, consolidación de la idea de raza, clasificación biométrica, etc."
¿Dan párvulo o dan pábulo? Jajajajajaja. Al que no hay que dar párvulo es al padre Grassi...
En fin, fondo y forma coinciden en la ignorancia en este caso. Y todo por esa manía elitista de hacerse el fino con el vocabulario (¿se puede ser de izquierda y ser elitista?) y al final quedar en offside...
Acabo de googlear para enterarme de quién es el autor de la nota, y descubro con desazón que es quien había denunciado en su momento el abuso criminal de herbicidas. Una pena que quien es autor de tan importante denuncia se deje llevar por lo peor de las correntadas posmodernas, DÁNDOLES PÁRVULO...
EliminarUna pena porque lo único que logra con adoptar esta discursividad (con o sin párvulos) es socavar su credibilidad, que es clave para la fuerza de la denuncia.
Lo dicho. Una pena.
Por supuesto que se puede ser de izquierda y ser elitista. Nada más elitista que la izquierda. Un izquierdista puede ser monárquico, pero nunca burgués...
ResponderEliminarAh, y no se dice offside, se dice orsai...