lunes, 22 de diciembre de 2008

Vicente Narios es el nombre de una oportunidad. Pablo Bergel.


1. Argentina y muchos países de la región se aproximan a cumplir dos siglos de un acontecimiento histórico: las revoluciones y guerras que culminaron con la ruptura y separación de estos territorios de su anterior condición de colonias de España y Portugal, y el inicio de su constitución como estados naciones independientes y soberanas en el concierto mundial. Se trata de hechos y procesos complejos y de larga duración, que involucran una multiplicidad de instancias, momentos y contradicciones. Caben por lo tanto, una multiplicidad equivalente de miradas, lecturas, evaluaciones y conclusiones parciales o globales acerca de este proceso. Sin embargo, más allá de estas múltiples lecturas y abordajes posibles, parece un dato contundente de la realidad que las formas de organización de la sociedad y el estado surgidas de aquellos procesos, siguen siendo aún hegemónicas. ¿Hegemónicas por cuanto tiempo? ¿Hegemonía en crisis? Son preguntas absolutamente válidas y pertinentes para colocarnos en el debate crítico y la acción transformadora del presente; que sin embargo, no pueden negar el hecho de la aún vigente condición hegemónica de las formaciones históricas surgidas en esos hechos de hace doscientos años.
2. Un aniversario, un cumpleaños (podrán explicarlo mucho mejor psicólogos y antropólogos), no siendo nada en la pura objetividad mecánica del reloj, sí adquiere significado en las subjetividades, en la exacta medida y dimensión en que esas subjetividades decidan significarlas. En este caso, estamos ante la significación intersubjetiva de un dato: 200 años de unos acontecimientos. Uno podría decidir ignorar este dato, como quien decide irse a dormir y no participar de las fiestas navideñas, de año nuevo, o aún de su propio cumpleaños. Casi seguro que muchos de nosotros lo hemos hecho alguna vez: decidir que no nos importa ni nos pertenece a nosotros ningún significado especial, pertenece al reloj en su más pura y aburrida materialidad. Sin embargo, cuando un aniversario adquiere significación intersubjetiva, es apropiado socialmente como sentido común, resulta muy difícil abstraerse no ya del significante marcado por el reloj y el calendario, sino del significado hegemónico construído en torno del hecho temporal. Por eso, también se describe como una “negación”, a la intención o acción de sustraerse de un significado colectivo.
3. Así como las fiestas navideñas son fuertemente promovidas por los aparatos comerciales con sus medios publicitarios, el/los bicentenarios, como las fiestas “patrias”, son fuertemente promovidas desde los aparatos estatales. Quien promueve algo, lo hace definiendo su sentido, su agenda, poniendo límites, marcando direcciones. Entonces, una de las primeras preguntas o serie de preguntas a hacerse es: ¿Cuál es exactamente el sentido y la agenda “oficial” del bicentenario; qué se proponen decir y hacer desde las instituciones y poderes hegemónicos? ¿Concordamos con esos sentidos y esas agendas; sí, no, porqué? Si la respuesta fuera positiva la siguiente pregunta sería ¿Cómo sumarnos? Si la respuesta en cambio fuera parcial o totalmente negativa, sigue la pregunta: ¿Es posible establecer una disputa al respecto? ¿Puede ser el bicentenario un territorio de lucha de significados, agendas, acciones? ¿Con qué actores, quienes, con qué medios, con qué modos, con qué discursos, con qué acciones? Aquí surge la necesidad de aclarar que la expresión que nos convoca “el Otro bicentenario” debiera, a mi criterio ser precisada: no se trata de 200 años de otros hechos diferentes, sino de dotar de otros significados, otras agendas y otras acciones a torno de los mismos hechos que convocan la conmemoración.
4. Estamos entonces poniendo el énfasis no en la interpretación/es del pasado, sino en la puesta política presente; una posible disputa política presente; un programa de acción presente; y de relevar cuales son las condiciones, las relaciones de fuerza, las fortalezas y debilidades de cada quien, para afrontar esa disputa. Reflexionemos y discutamos, pues, en tiempo presente.
5. Por esto mismo, también, ponemos el énfasis en la construcción de nuevas identidades en esta confrontación presente, antes que en la reivindicación defensiva de las muchas identidades devastadas de las cuales todos, de modos muy diversos pero incontrastables, provenimos. Preferimos decir que “la identidad está adelante, para que no se espante”; adelante, en la lucha social, en el proyecto colectivo, para el cual, los pedazos maltrechos y entrecruzados de esas identidades desgajadas que nos parieron, son recursos, bienes comunes de antropodiversidad, ladrillos y materiales diversos que ya no pueden retornar intactos a sus orígenes, sino que solo tienen destino en un nuevo proyecto, una nueva construcción social, que los reconozca en su originalidad, pero que, sin suprimirlos, los integre y supere en su impotente fragmentación. Las nuestras son historias distintas de repetidos destierros, desheredades, persecuciones, exilios, genocidios; también de ricas tradiciones, saberes y recursos. ¿Qué hacemos con esos pedazos? ¿Cómo transformar esas “esencias” perdidas, en existencias posibles y potentes?
6. Asistimos, en la última década, a crisis profundas tanto del modelo económico capitalista transnacional y neoliberal, como de las viejas estructuras de los estados naciones y de las democracias representativas que son el último formato de aquellas repúblicas independientes surgidas hace 200 años. La más rápida descripción de esa crisis es que aquel modelo económico y estas formas políticas ya no logran contener suficiente masa crítica de sectores sociales que sostengan su legitimidad y “gobernabilidad”. Las acciones de masas destituyentes, y a la vez, varios intentos constituyentes, por fuera y/o por dentro de las viejas estructuras estatales; a veces a mucha distancia del estado (como en la experiencia zapatista), otras veces combinando el fuera/dentro, como en Bolivia y Ecuador; otras transitoriamente potentes pero parciales, como la argentina 2001, muestran procesos contradictorios pero muy vivos, de desborde del viejo órden neoliberal y delegativo, de intentos de destitución (“quesevayantodos”) y también de re-constitución (“…y que venga lo que nunca ha sido”).
7. Lo que intentamos decir, en definitiva, es que “Vicente Narios” es el nombre de una oportunidad; o puede serlo. La oportunidad de desafiar el órden existente y de promover un extenso debate social. Para referirnos ya más específicamente a la experiencia argentina, luego del proceso destituyente del año 2001/2, las asambleas ciudadanas emergentes no lograron, en los tiempos y con los recursos conceptuales disponibles en aquellos momentos, afianzar un proceso constituyente autónomo. En el paulatino agotamiento de esa fase de la experiencia asamblearia, el vacío fue reocupado por la vieja institucionalidad destituída de consenso y legitimidad social, aggiornada o maquillada discursivamente, y a favor de una coyuntura económica muy favorable. Sin embargo, a poco que se rasca en esa institucionalidad, se verifica la continuidad de su crisis y la fragilidad de su sustento.
8. La experiencia destituyente/constituyente del 2001/2 puede y debe ser retomada, y el bicentenario puede ser una oportunidad para ello. De algún modo, la llamada “constituyente social” se muestra como un intento en esa dirección; aunque cabe señalar la contradicción que significa impulsar un proceso social constituyente por abajo, al mismo tiempo que muchos de sus principales protagonistas y la lógica que parece hegemónica, impulsan simultáneamente una construcción electoral de corto plazo. Una constituyente, por definición, no puede, no cabe, ni puede ser canalizado a través de lo ya instituído (el actual sistema político, partidario, electoral, representativo). No obstante, esta contradicción está viva y sin definición, por lo cual cabe seguir de cerca los pasos de esta constituyente social, dialogando con ella. Del mismo modo, la experiencia del Frenapo de los años 2000/1 que culminó en una consulta popular autoconvocada por fuera del estado, que reunió más de tres millones de votantes espontáneos en torno de un proyecto de alivio a la pobreza, constituye un antecedente importante a tener en cuenta.
9. Con estos antecedentes, proponemos pensar y dialogar la posibilidad de encarar una amplia/amplísima discusión social constituyente “por abajo”, con el objetivo explícito de arribar, en torno de la fecha del bicentenario a un programa constitucional que pueda ser votado en consulta popular autoconvocada; y que apunte, como paso y meta siguiente, a la formalización de una nueva “Asamblea del año XIII” (2013), una constituyente formal que sancione una nueva constitución del estado, abierta y en consonancia a los procesos similares que ya se están produciendo en Bolivia y Ecuador y podrían impulsarse en otros países de la región bajo sus propios calendarios y modalidades.

Es todo por enquanto.
Pablo Bergel.

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