lunes, 22 de diciembre de 2008

Apuntes sobre el desarrollo. Miguel Teubal


Introducción

La palabra “desarrollo” (fundamentalmente “económico” aunque también “social”) se ha difundido ampliamente formando una parte importante de la problemática de la vida cotidiana de nuestra sociedad y del mundo en general. No pasa un día sin que en algún medio se la utilice, generalmente en términos celebratorios, para indicar un proceso u objetivo considerado como positivo, un factor esencial de progreso. ¿Pero qué queremos decir por desarrollo? ¿No podría ser que se trata de un concepto un tanto engañoso cuando, por ejemplo, se nos dice que la minería a cielo abierto, o las tecnologías “de punta” como los transgénicos, son fundamentales para el “desarrollo” y, por lo tanto, esenciales para el país, pese a que involucran a procesos, que no necesariamente son apreciados socialmente? [1]¿Qué procesos sociales, económicos y culturales están involucrados cuando se hace alusión al “desarrollo”? ¿En qué medida ese “desarrollo” y la “modernización” que la acompaña, son necesarios para mejorar las condiciones de vida de la población y “proyectarnos hacia el primer mundo”? En fin, cuando se utiliza el concepto de desarrollo ¿no se estaría dejando de lado muchas cuestiones que atañen a las condiciones de vida de nuestra sociedad? En definitiva: ¿no es un concepto un tanto engañoso, una metáfora, que invisibiliza cuestiones de gran importancia, como por ejemplo la colonialidad del poder que subyace en nuestra realidad social y cultural?[2]

A medida que nos acercamos al 2010 seguramente aparecerán en los planteamientos oficiales cuestiones vinculadas a los “logros” que en materia de desarrollo “supimos conseguir”. El gobierno hará alarde del camino emprendido y el por emprender. Y seguramente señalará aquellos factores que fueron presumiblemente impulsados en el pasado a los que se les otorgará un cariz celebratorio. Pero, preguntémonos: qué significa el “desarrollo” para nosotros, y para la sociedad en su conjunto, cuál fue el resultado de este “desarrollo” impulsado en el pasado, en qué medida contribuyó a mejorar las condiciones de vida de nuestra sociedad. Veamos cuál es el significado de este concepto y el uso a que se le ha dado en la historia en general, para poder también discernir en qué medida se lo utiliza engañosamente en nuestro medio.


Vale la pena considerar esquemáticamente los avatares por las que ha pasado este concepto, polifacético por cierto, en las últimas décadas, atravesándola, con otros enfoques más recientes - el enfoque de la colonialidad del poder - o por lo menos señalando los aspectos de nuestra realidad social que no son comúnmente incorporados en los análisis corrientes que se hacen sobre la materia.

Surgimiento de la problemática del “desarrollo”

La problemática del desarrollo surge fundamentalmente en los años de la posguerra, en gran medida como consecuencia de la descolonización de muchos países de Asia y África y las ansias que tenían sus líderes de lograr mejoras en las condiciones de vida de su población. Se trataba de un concepto – desarrollo económico – que iba acompañando por otros tales como “modernización”, “industrialización” e incluso, en algunos casos, por “occidentalización” conceptos todos que debían ser impulsados por éstos países si querían dejar de ser “subdesarrollados”, y transformados en países “desarrollados”. “En la práctica, la modernización equivalía más o menos a occidentalización, es decir, el país subdesarrollado debía imitar aquellas instituciones que fueran características de las naciones de Occidente (Blomström y Hettne, p. 36).

Gustavo Esteva y Wolfgang Sachs nos presentan una visión muy perceptiva respecto de esta cuestión. Tiene que ver con el surgimiento de los EE.UU. como potencia mundial – “a finales de la segunda guerra mundial…era una máquina productiva formidable e incesante, sin precedentes en la historia. Constituía sin disputa el centro del mundo.”(Esteva, p.65, Sachs, p.4/5)

Frente a la necesidad de consolidar su hegemonía y hacerla permanente, en los EE:UU. se elaboró cuidadosamente una campaña. Comenzó el 20 de enero de 1949, el día en que Truman tomó posesión como presidente de los EE.UU. A partir de su discurso inaugural, se abrió una nueva era para el mundo: “la era del desarrollo”. Dice Esteva: ese día dos mil millones de personas se volvieron “subdesarrollados”; “en realidad, desde entonces dejaron de ser lo que eran, en toda su diversidad, y se convirtieron en un espejo invertido de la realidad de otros…” A partir de entonces para las dos terceras partes de la población del mundo, pensar en el desarrollo – en cualquier clase de desarrollo – “requería primero percibirse como subdesarrollados, con toda la carga de connotaciones que esto conlleva” (Esteva, p.65/66/67).

Según la retórica trumaniana se debía emprender un nuevo programa para que “los beneficios de nuestros avances científicos y nuestro progreso industrial sirviera para la mejora y el crecimiento de las áreas subdesarrolladas. El viejo imperialismo – la explotación para beneficio extranjero – no tiene ya cabida en nuestros planes. Lo que pensamos es un programa de desarrollo basado en los conceptos de un trato justo democrático” (citado por Esteva).

Según Esteva, al usar por primera vez en este contexto la palabra “subdesarrollo” Truman cambió el significado del término “desarrollo” y creó el emblema, un eufemismo, empleado desde entonces para aludir de manera discreta o descuidada a la era de hegemonía norteamericana.

Frente al derrumbe del sistema colonial, los EE.UU. necesitaban desarrollar una visión sobre el nuevo orden mundial. El concepto de desarrollo proveía una respuesta porque presentaba al mundo como una colección de entidades homogéneas, que se mantenían juntos no mediante el dominio político de tiempos coloniales, sino a través de una interdependencia económica. Esto significaba que pese al proceso independentista los nuevos países, a medida que se transformaban en objetos de desarrollo, automáticamente caerían bajo la éjida de los EE.UU. “El desarrollo era un vehículo conceptual que permitía a los EE.UU. aparecer como el interlocutor de la autodeterminación nacional al mismo tiempo que fundaba un nuevo tipo de dominio mundial que podía denominarse como un “imperialismo anticolonialista”.

“Nunca antes una palabra había sido universalmente aceptado el mismo día de su acuñación política…Una propuesta política y filosófica de Marx, empacada al estilo norteamericano como lucha contra el comunismo y al servicio del designio hegemónico de Estados Unidos, logró permear la mentalidad popular, lo mismo que la letrada, por el resto del siglo” (Esteva, p 66).

En efecto, se trataba de una propuesta de política que tenía la pretensión de contraponerse al comunismo en el marco de la guerra fría: si los países se “desarrollan” es probable de que no opten por embanderarse detrás del comunismo o la URSS. Eso se vio claramente con la Alianza para el Progeso de comienzos de los ´60, claramente una respuesta de los EE.UU. a la Revolución Cubana. En el marco de la APP los EE.UU. se permitió impulsar Reformas Agrarias en una serie de países latinoamericanos, enfrentándose con tradicionales oligarquías terratenientes, como parte de una necesidad histórica de enfrentamiento a propuestas emanadas de la Revolución Cubana (ver Teubal, 2003)

El desarrollo en sus aspectos “técnicos” tenía que ver con promover la acumulación de capital, y los procesos de industrialización, que coadyuvaran a reducir la desocupación estructural de las economías latinoamericanas y del tercer mundo. Estos procesos eran vistos como tendientes a mejorar las condiciones de vida de los sectores populares, lo cual tenía, claramente un móvil político. También tenía que ver con la “ayuda externa” y con propuestas para establecer grandes inversiones en infraestructura en los países latinoamericanos. Se trataba de una política integracionista que tenía un protagonista fundamental, las burguesías nacionales, enfrentadas en algunos momentos al gran capital transnacional y a las tradicionales oligarquías terratenientes del continente. Todos los países “subdesarrollados” podían emprender sus procesos de desarrollo, “el despegue” (Rostow) en la medida en que aplicaran las políticas “correctas”.

El desarrollo, tal como era concebido en la época (años 50/60) dicotomizaba entre países desarrollados/subdesarrollados, países ricos/pobres y fundamentalmente sociedades modernas/tradicionales. Para desarrollarse las sociedades “tradicionales” debían ser transformadas en “modernas”, la infinidad de culturas y formas de vida existentes debían despreciativamente “modernizarse”. Esta conceptualización incidió especialmente en todo lo que atañe al agro. El cambio tecnológico (por ejemplo, la revolución verde y la actual biotecnológica) en el sector eran (son) visualizados como factores que presuntamente e indefectiblemente habrían de transformar esas sociedades en un sentido “positivo”.

No había mayormente consideraciones en torno a las variedades de culturas, sociedades y políticas de los países “en vías de desarrollo”. Se invisibilizaban a las comunidades indígenas y al campesinado. La sociedad “tradicional” era despreciada, no importaba si desaparecía, el camino hacia la modernidad era incluso esencial para impulsar un modelo emancipador del futuro. En algunos casos la industrialización era una condición necesaria para lograr el socialismo.

Desarrollo, dependencia, globalización

Las diversas teorías de la dependencia, un típico producto latinoamericano, encuentran en la dicotomía centro- periferia de la escuela de la CEPAL (Prebisch) uno de sus ejes de análisis más importantes. Según esta dicotomía se admite la existencia de dos tipos de economías y sociedades diferenciadas entre sí: las primario-exportadoras de la periferia, y las industrializadas de las economías centrales. El énfasis continuo sobre la producción de productos primarios conduciría en forma inevitable a un posterior deterioro de los términos del intercambio, uno de los mecanismos de explotación de la periferia por los países centrales. A su vez, esto afectaría el proceso de acumulación del capital. Como consecuencia el proceso de desarrollo sólo podría manifestarse en la medida en que los países de la periferia se industrializaran. Pero industrializarse también significaba pasar de lo tradicional a lo moderno, con las connotaciones que ello involucraba. En última instancia, el sector agrario era visto como un sector instrumental a este fin: proveedor de mano de obra, alimentos, exportaciones y mercados para los procesos de industrialización.

Otras teorías de la dependencia concretamente la de Gunder Frank, plantearon que el subdesarrollo es claramente producto del desarrollo: que las sociedades subdesarrolladas son consecuencias de los procesos de desarrollo o de industrialización en Europa. Según GF, “el subdesarrollo no fue una etapa original, sino mas bien una condición creada: fruto de la desindustrialización británica de la India, los efectos destructivos de las civilizaciones indígenas en América,” entre otros antecedentes.

Con el neoliberalismo de estos últimos 20 años hay un cambio de perspectiva. Ya no interesa el “desarrollo”, y menos aún aquella que pudiera estar liderada por las burguesías nacionales. Ya no interesa la revolución democrática burguesa que subyace en muchos análisis dependentistas. Comienza un período de pura exclusión social (Boaventura de Souza Santos).

El neoliberalismo abre el cauce a la globalización, un sistema dominado por grandes empresas transnacionales, y por un sector financiero que creció exponencialmente. Después de 20 años de neoliberalismo (ajustes estructurales, privatizaciones, desregulaciones, aperturas al exterior) las “periferias” de la economía mundial pueden ser consideradas plataformas de exportación que proveen mano de obra barata para las industrias globales (como antes la maquila mexicana o centroamericana, ahora China), sectores que siguen siendo importantes para las finanzas globales (en crisis), y, fundamentalmente fuentes de recursos naturales – alimentos, fuentes energéticos, y minerales – requeridos fundamentalmente por el primer mundo y sus grandes empresas transnacionales. El “desarrollo” en este contexto pierde el sentido que tuvo en otros períodos.
Después de mas de 20 años de neoliberalismo, se produce una de las mas importantes crisis de la historia capitalista mundial de los últimos tiempos, una crisis del neoliberalismo que pone al desnudo tajantemente la “colonialidad del poder”.

Planteamientos

Según Aníbal Quijano: “La incorporación de tan diversas y heterogéneas historias culturales a un único mundo dominado por Europa, significó para ese mundo una configuración cultural, intelectual, en suma intersubjetiva, equivalente a la articulación de todas las formas de control del trabajo en torno del capital, para establecer el capitalismo mundial. ...En otros términos, como parte del nuevo patrón de poder mundial, Europa también concentró bajo su hegemonía el control de todas las formas de control de la subjetividad, de la cultura, y en especial del conocimiento, de la producción del conocimiento…Todo este accidentado proceso implicó a largo plazo una colonización de las perspectivas cognitivas, de los modos de producir u otorgar sentido a los resultados de la experiencia material o ínter subjetiva, del imaginario, del universo de relaciones intersubjetivas del mundo, de la cultura en suma (Quijano, p. 209)

En una época en que nuevos y viejos movimientos sociales se han puesto en movimiento, (movimiento piquetero, fábricas recuperadas, comunidades indígenas, movimiento campesino, asambleas ciudadanas en contra de las papeleras y la minería, entre otros) y confrontan con el poder instituido a nivel mundial vale la pena percibir los diversos elementos de ese poder tal como se manifiesta crudamente en la crisis actual: qué otra cosa que el salvataje multimillonario de grandes bancos, grandes compañías y los demás, que el ser una manifestación concreta de de ese crudo poder global que todavía se ejerce a nivel mundial. Pero también existen otros mecanismos de dominación sintetizados por otros autores

Según Walter Migliolo: “la apropiación imperial de la tierra, la explotación de la mano de obra, el control financiero constituyen elementos esenciales de la colonialidad del poder establecidos a partir de la conquista y colonización del continente americano. Aparte del dominio económico en el que opera la lógica de la colonialidad también opera a nivel político (control de la autoridad); social (control del género y la sexualidad); y epistémico y subjetivo/personal (control del conocimiento y la subjetividad). La lógica de la colonialidad ha existido desde la conquista y colonización de México y Perú hasta después de la guerra de Irak, si bien en los últimos 500 años de historia ha sufrido cambios superficiales en cuanto a las proporciones y los agentes de la explotación/control” (Mignolo, 2007: 36).

Bibliografía

Blomström, Magnus y Hettne, Björn (1990 (1984)) La teoría del desarrollo en transición, México, Fondo de Cultura Económica.

Esteva, Gustavo (2001) “Desarrollo” en Wolfgang Sachs (Coordinador) Diccionario del desarrollo, México D.F., Universidad de Sinaloa.

Giarracca, Norma (2007) “La tragedia del desarrollo. Disputas por los recursos naturales en la Argentina”, Sociedad, Nº26. Revista de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Invierno.

Quijano, Aníbal (2000) “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” en Edgardo Lander (Compilador) La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas, Buenos Aires, CLACSO, UNESCO.

Mignolo, Walter (2007[2005]) La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial. Barcelona, Gedisa Editorial.

Sachs, Wolfgang (1999), Planet Dialectics: Explorations in Environment and Development, Londres y Nueva York, Zed Books.

Teubal, Miguel (2003) “La tierra y la reforma agraria en América Latina”, Realidad Económica, Nº 200.
[1] Dice un pronunciamiento de los catamarqueños contra la minería a gran escala: consideramos que el ´progreso´ no debe en ningún caso significar la destrucción de nuestro hábitat, de nuestros sitios sagrados, el saqueo de nuestros recursos naturales, de nuestras reservas de agua dulce, la contaminación de nuestro entorno natural, la agresión sistemática y progresiva de nuestro frágil ecosistema” (agosto de 2006, http://www.noalamina.com/, citado por Norma Giarracca (2007).
[2] Según Aníbal Quijano, como parte del nuevo patrón de poder mundial, Europa…concentró bajo su hegemonía el control de todas las formas de control de la subjetividad, de la cultura, y en especial del conocimiento, de la producción del conocimiento (Quijano, 209). Anteriormente los dominadores coloniales no tenían las condiciones, ni probablemente el interés de homogenizar las formas básicas de existencia social de todas las poblaciones de sus dominios. En cambio el actual, el que comenzó a formarse con América, tiene en común tres elementos centrales que afectan la vida cotidiana de la totalidad de la población mundial: la colonialidad del poder, el capitalismo y el eurocentrismo. (Quijano, 214)

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