lunes, 22 de diciembre de 2008

Por la Unión Americana. Carlos Ruiz.


No estoy acostumbrado a términos como de-colonial, poscolonial y otros que aquí estamos utilizando. Si puedo decir que me movilizan, me interrogan, ponen en discusión hacia adentro y hacia fuera, los saberes. Tal cosa, ¿es colonial o no? Creo que esa suerte de epistemología de saberes propios y ajenos, o ecología de saberes, se va a plantear de aquí en más a medida que se acerque la fecha del bicentenario (las fechas tal vez sirvan para eso). Creo profundamente en que hay que revalorizar las cosmologías indígenas, parar el tiempo, detener la pelota. El tiempo lineal que nos lleva cada vez más aceleradamente hacia un futuro concebido como progreso, nos está matando. Esta dejando de lado o directamente aplastando, cosas verdaderamente importantes, como la vida misma. El problema es muchos de nosotros no pertenecemos al mundo indígena y tenemos que aprender todo acerca de esas cosmologías. Pienso que por más que lo intentemos nunca podremos incorporarla como propias. O tal vez si. Voy a este encuentro a escuchar, a aprender y a compartir. Llevo más preguntas que respuestas. Confieso que gracias a Internet he estado leyendo cosas que me han interesado muchísimo (cosas de Walter Mignolo, de Anibal Quijano, y de todos los que participan de este encuentro) y me ha costado hacer un aporte. He sido mas una esponja. Si creo que el arte es un camino fértil para encontrar lo que estamos buscando. El arte o la creatividad, la fantasía, el imaginario. Todo aquello que se sale del camino del logos. A veces me da la impresión que todo esto es muy racional. Quizás, eso que buscamos, lo encontremos por donde menos lo imaginamos. Pero para eso hay que imaginar. Me acuerdo de un profesor en una clase de dramaturgia (Mauricio Kartún) trataba de explicarnos la importancia de las imágenes “detonadoras”. Aquellas imágenes que nos movilizan, que nos conmueven, que no nos pasan desapercibidas. Todas las personas somos capaces de imaginar, de crear imágenes en nuestra mente y todos, podemos crear de vez en cuando imágenes detonadoras (la imagen puede ser olfativa, sonora, etc, no sólo visuales). Esas imágenes –atrapadas por todos los sentidos- son la materia prima de los artistas, como un músico, un dramaturgo, un pintor o un escritor. El artista hace de esa imagen una obra. El proceso en el que una imagen se transforma en una obra, que a su vez conmueve o moviliza al espectador, es complejo y no voy a meterme en eso. Pero si quiero decir que ese es uno de los caminos que hay que explorar. La creación de imágenes “detonadoras” cada vez más complejas puede abrirnos las puertas a otros mundos (como los mundos indígenas) y puede también, sin pasar por el logos, adelantarnos al futuro. El profesor contaba una anécdota de un dramaturgo ruso, que había imaginado una rama de cerezo ingresando al interior de una casa por una ventana. ¿Cómo puede entrar una rama a una casa, si las ramas buscan la luz en el exterior? La imagen lo perturbó y pronto se unió a otras imágenes que también lo habían perturbado, como el de dos mujeres en un bote. El dramaturgo trabajó con ellas, las indagó, las exprimió y le puso todo lo que él era. Con ellas hizo una obra a la que llamó “El Jardín de los Cerezos”. Con esa obra, el artista, que por supuesto era Chejov, se adelantó muchos años a la Revolución Rusa. Si el hubiera pretendido hacer una obra que “adelantara lo que iba a pasar”, seguramente no lo hubiera logrado.
Pienso que podemos descubrir muchas cosas, que están adentro nuestro, trabajando con los imaginarios.

Y como aporte a esta lucha por resistir a los colonialismos, quiero contarles cosas de mi tierra. Un autor local Ricardo Mercado Luna, ha establecido una serie de hechos en la historia de La Rioja (y veremos que son comunes a otros lugares) y los ha calificado como “hechos consumados”. Va más allá, habla de una cultura de los hechos consumados. Mercado Luna se refiere a la historia de La Rioja (aunque es fácil ver los paralelismos de estos hechos en toda Latinoamérica), y habla de su fundación equivocada como el primer hecho consumado. El español Ramírez de Velasco la fundó a la vera de cerro que creyó era El Famatina, pensando en un futuro minero para la ciudad. Luego descubrió que se había equivocado, pero la ciudad siguió prosperando en base a su agricultura. El oro y la plata de la que tanto hablaban las crónicas indígenas, estaban del otro lado, en otro cordón montañoso. Este es, para ese autor, el único hecho consumado involuntario, por llamarlo de algún modo. A partir de ahí se suceden a lo largo de toda la historia hasta la actualidad, una serie de hechos que configuran una lógica perversa. El sometimiento y la extinción del indio, el aplastamiento del gaucho, la explotación irracional de los bosques, la violación de la palabra empeñada, por citar ejemplos más elocuentes, dan prueba acabada de que no nacieron, ni se instalaron como expresión de inocencia. Por el contrario, sostiene Mercado Luna, una cultura los cobijó y los hizo crecer hasta ponerlos a punto para llevar a cabo su cometido, concebidos no para producir efectos transitorios sino definitivos, para lo cuál enseguida se los dotó de medios de defensa necesarios para subsistir por largo tiempo. En especial del arma más eficaz de toda defensa: el ataque a sus críticos y adversarios. Para Mercado Luna, el enunciado de la cultura de los hechos consumados es simple: Acatamiento – Resignación – Fatalismo. Lo hecho, hecho está. Remover el pasado es síntoma de desviacionismo, de alzamiento, de destrucción.
El método para hacer operativo al “hecho consumado” tiene dos características: ha de generar una actitud vigilante contra todo posible foco de reacción y debe adoptar una consigna: nada debe cambiar, nadie debe pensar en cambios. Ni siquiera debe tolerarse la intención, mucho menos la esperanza, de introducir modificación alguna en estas estratificaciones en el tiempo. ¿Cómo se logra imponerlo? Mediante todos los medios disponibles, se evita discutir la razón, conveniencia, justicia o injusticia del hecho en si. Por el contrario, plantea siempre un cambio en la discusión. El problema no debe ser el hecho, sino las reacciones contra el hecho. El cuestionamiento debe desplazarse siempre, inexorablemente, hacia otras cuestiones o, mejor dicho, hacia las áreas vulnerables de los cuestionadores.
Para sostener el hecho consumado es imprescindible el control absoluto de los resortes del poder, ya sea abierto u oculto, estatal o privado y se recurre ciertos instrumentos que emanan precisamente del poder: la marginación, la persecución y la destrucción.
Mercado Luna analiza también la aplicación en la economía de la cultura del hecho consumado. Porque siempre ocasiona, inevitablemente, un perjuicio económico en la comunidad, lo que representa un potencial peligro para su subsistencia. Se apela entonces a la ayuda, a la dadiva, a los subsidios. Se prefiere una actitud mendicante antes de desatar los nudos de privilegios que forman su tejido de sostén, sostiene Mercado Luna.

La cultura de la resistencia

Frente a este panorama de la cultura del hecho consumado, Mercado Luna distingue la cultura de la resistencia, que actúa como un paralelismo. Este impulso de lucha se asienta también sobre pautas culturales de reacción, autodefensa y protección, orientadas hacia el bien común. Se apoya en la toma de conciencia de la intrínseca falsedad de los hechos consumados. La respuesta cultural de no creer en ellos, genera entendimientos e impulsos de rechazo y acicatea la búsqueda de opciones. Como en el caso contrario, también tiene sus premisas: no existen palabras definitivas, ningún debate esta cerrado, todo esta en curso de evolución, de cambio de perfeccionamiento.
La resistencia de los hechos consumados fue alternativamente pacífica y violenta. A veces tomo la forma de denuncia, otra en una rebeldía individual y muchas a través de acciones colectivas. Uno de esos grandes momentos, se produjo con el Gran Alzamiento Calchaquí en 1630. El Cacique Chalimín, al mando de todos los pueblos calchaquíes luchó siete años contra el sometimiento español. Fue ahorcado y descuartizado y su cabeza clavada en el rollo de la Justicia en La Rioja. Su brazo derecho se mandó a clavar en la picota de Londres de Pomán en Catamarca.
Dos siglos mañas tarde, los caudillos Facundo Quiroga, Ángel Vicente Peñaloza “El Chacho” y Felipe Varela protagonizan otra de las etapas imborrables de la historia de la resistencia. Fueron cuatro décadas en las que el pueblo riojano, mayoritariamente, expresa su resistencia a los hechos consumados. Facundo fue asesinado en Barranca Yaco, El Chacho fue degollado por los inefables “coroneles de Mitre” y su cabeza colgada en la pica de Olta, Varela murió tísico, traicionado, derrotado, pero no vencido.
Luego de aquellas resistencias vinieron otras, de menor envergadura, durante los primeros años del siglo XX. Las resistencias se han ido achicando.
Ya en el siglo XXI, la minería ha despertado a un pueblo que hacía años que no reaccionaba. Al menos de la manera como lo está haciendo ahora. En 2007, con motivo de celebrarse en Chilecito y Famatina (la Rioja) una asamblea de la Unión de Asambleas Ciudadanas Argentinas (UAC), se llevo a cabo el 2º Juicio Popular contra la Barrick Gold. El primero se había realizado años anteriores en Chile. Allí, uno de las testigos en el juicio era Jenny (Cecilia Luján), integrante de la Asamblea “Ciudadanos por la vida” de Chilecito. “No queremos ser un capítulo más de La Rioja de los hechos consumados – decía- Nosotros queremos romper ese modelo, hemos decidido luchar”. Con esas palabras, Jenny le estaba diciendo al poder que si querían mantener el hecho consumado de la minería, iban a tener que pasar por encima de la gente. “Vamos a defender al Famatina con nuestra vida si es necesario, porque si no morimos aquí en la lucha, vamos a morir después envenenados”, agregaba. Un nuevo capítulo de la resistencia se esta escribiendo en La Rioja. El tiempo dirá si el éxito corona otro de esos intentos por romper un hecho consumado.

1. Nuestros caudillos
Quisiera rescatar la figura de nuestros caudillos. No son los únicos que se opusieron al nuevo modelo colonial que se instaló luego de la independencia. Creo que fueron importantes y que aportaron una visión de América que estaría bueno revisar.

El proceso de la emancipación argentina toma impulso en la llamada Revolución de Mayo de 1810 y se concreta en Tucumán en 1816 con la firma del acta de Independencia. En el medio se ubica la heroica gesta de José de san Martín. Conseguida la independencia de España, se abre un período de lucha por la hegemonía que se extiende hasta un par de décadas más allá de la sanción de la Constitución Nacional en 1853. Y es en ese período donde el impero británico mete su cola.
Las provincias unidas del Río de la Plata eran un objetivo largamente codiciado por las ambiciones inglesas. Ya lo habían intentado en una doble tentativa de invasión “por las armas” en 1806 y 1807 que terminaron en rotundo fracaso inglés. No era de esa forma como el imperio británico intentaría el control de esta parte de América sino que lo harían de una manera menos cruenta, pero quizás más efectiva: el control financiero a través de mediaciones políticas. Lo harían de manera pacífica a través de un incipiente intercambio comercial. Los ingleses habían apoyado la lucha de independencia contra España, pero simultáneamente crearon las posibilidades para la nueva colonización.

Facundo Quiroga lo supo muy bien cuando debió enfrentarse a la política rivadaviana. Quiroga, era una hacendado de los llanos riojanos que había acrecentado la fortuna heredada de su padre, basada fundamentalmente en la cría de ganado. Su riqueza le daba poder y contrastaba con la paupérrima vida del resto de los riojanos. La nueva situación luego de la independencia era la pobreza total. Facundo vio que la salida a la situación era la explotación de las famosas minas de oro y plata del Famatina, que habían explotado los pueblos originarios, luego los Incas, mas tarde los Jesuitas y que ahora estaban abandonadas. Fomentó la creación de una Casa de Monedas y Banco de Rescates, que debía estar en La Rioja y en la que debían trabajar riojanos, invirtiendo gran parte de su fortuna en la empresa. Pero al mismo tiempo, el Famatina había despertado la ambición de Rivadavia, que se había asociado a la banca inglesa con el fin de explotarlo, sin los riojanos, por supuesto. Facundo hace fracasar el negocio de Rivadavia y debe enfrentar el poder de los mejores ejércitos de la época. Con el apoyo de los gauchos riojanos sale a defender el derecho a la autonomía, a decidir su propio futuro. Así, un ganadero del interior, pacifico, se convierte en uno de los guerreros más legendarios. Aún perdiendo casi todas las batallas.
Años después la lucha por lo que ya se conocía como el federalismo, continúa con uno de sus lugartenientes El Chacho Ángel Vicente Peñaloza, que luchó contra el mitrismo y más tarde, Felipe Varela.
Para el historiador Miguel Bravo Tedín, Varela fue quien mejor interpretó el sentido de las luchas entre interior y Buenos Aires. En La Rioja todavía usamos en la bandera riojana una banda negra que dice “Por la unión americana”, que sintetiza su pensamiento. Varela (que en realidad era catamarqueño, pero que vivió casi toda su vida en Guandacol, en La Rioja) a fuerza de pura decisión y coraje (su acción política dura aproximadamente un año) logra convulsionar la política librecambista que se quería imponer desde Buenos Aires. Suprimidas las aduanas interiores, imposibilitados de competir con las mercancías del puerto, el futuro se presentaba bastante sombrío para las economías regionales. A Varela y sus seguidores no les queda más opción que elaborar un proyecto político absolutamente opuesto al del mitrismo y lanzarse a un enfrentamiento total.
En diciembre de 1866, Felipe Varela cruza desde Chile la cordillera de los Andes con muy pocos hombres y escaso armamento y lanza una proclama a sus compatriotas. Para el filósofo José Pablo Feinmann, lo que distinguía a Varela de otros caudillos federales (Peñaloza especialmente) era esa penetrante lucidez política con que interpretó los alcances y fines de su propio movimiento. La Proclama del ’66 y el Manifiesto del ‘68 constituyen uno de los momentos más altos del pensamiento argentino, dice Feinmann. Aunque con menos rigor y claridad que Sarmiento o Alberdi que postulan la necesaria complementación de la economía al mercado mundial. Estaba en el espíritu de los tiempos. A los liberales, todo les había sido dado. Adam Smith, David Ricardo, los historiadores franceses, ya se habían tomado el trabajo de pensar nuestra ubicación en la historia. Solo había que escuchar lo que la Cultura Humana decía a través de ellos, sus elegidos. Más ardua, más desamparada, en cambio, resultó la tarea de hombres como Varela. Tuvieron que inventarlo todo. ¡Soldados federales! —dice Varela en su Proclama— nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Paraguai, y la unión con las demás Repúblicas Americanas. ¡¡Ay de aquel que infrinja este programa!! Define también la situación de los hombres del Interior frente a Buenos Aires: Ser porteño es ser ciudadano exclusivista: y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derecho. Denuncia la política económica del liberalismo: Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una esclava, quedando empeñada en más de cien millones de fuertes, y comprometido su alto nombre á la vez que sus grandes destinos. Y señala un culpable: Esta es la política del Gobierno Mitre.
Dos años después da a conocer su Manifiesto. El texto aparece encabezado por un lema que sintetiza su principal proyecto político: ¡Viva la Unión Americana!. Se trata de la vieja idea de Bolívar que acaba de ser actualizada a raíz del ataque norteamericano a Santo Domingo, de la agresión francesa a México y la española al Perú. En las principales ciudades del continente se instalan sociedades de la Unión Americana. Varela, estando en Chile, asiste a las reuniones de la filial de Copiapó.
El otro gran tema del Manifiesto es el de la absorción de las rentas aduaneras por Buenos Aires. Buenos Aires, á título de Capital es la provincia única que ha gozado del enorme producto del país entero, mientras en los demás pueblos, pobres y arruinados, se hacía imposible el buen quicio de las administraciones provinciales, por la falta de recursos. Y Varela concluye con la clara percepción del proceso de colonialismo interno que se daba en la República: Buenos Aires es la metrópoli de la República Arjentina, como España lo fue de la América (...) He ahí, pues, los tiempos del coloniaje existentes en miniatura en la República, y la guerra de 1810 reproducida en 1866 y 67, entre el pueblo de Buenos Aires (España) y las provincia del Plata (colonias americanas).
Varela era antieuropeo, antiliberal, proteccionista. Su pensamiento político parte de fundamentos distintos de los de Alberdi, Andrade o José Hernández, empedernidos liberales, amantes del progreso y las luces del viejo mundo, estos autores (pese a su innegable patriotismo) imaginaron siempre nuestro desarrollo a través de una complementación dependiente con los mercados de Europa. Complementación, eso sí, que no se hiciera en provecho de Buenos Aires, o solamente de Buenos Aires, sino del litoral entrerriano. Varela, entre tanto, se expresaba en otro lenguaje. Proponía al continente americano El medio de ser fuerte, invencible, grande, glorioso, es decir: la Alianza de las Repúblicas para repeler las ambiciones monárquicas de Europa.
Con a muerte de Varela, muere una idea de país y de América unida. El país unitario, post colonial, ligado a intereses británicos y franceses, triunfa definitivamente. Yo creo importante rescatar la figura de estos caudillos y de su ideario, en esta hermosa idea de propiciar un bicentenario alternativo, decolonial.




BIBLIOGRAFÍA

-Filosofia y Nacion, José Pablo Feinmann
-Facundo y la Montonera, Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde
-La Rioja de los Hechos Consumados, Ricardo Mercado Luna
-Historia de La Rioja, Armando Bazán
-La Novela e Varela, Miguel Bravo Tedín
-Don Juan Facundo, Miguel Bravo Tedín
-Cielo Abierto, documental de Carlos Ruiz

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